Espíritu y vigencia del castellano | El Nuevo Siglo
Viernes, 11 de Diciembre de 2020

Socialistas y comunistas en España compiten en mostrarse anti hispánicos. Abominan del individuo, les ofende el talante viril, franco y guerrero de El Quijote, la solidaridad de Sancho para con el viejo hidalgo, así esté un tanto tocado, sea un remedo de nobles caballeros y sus andanzas heroicas y amorosas o arremeta contra molinos de viento. Esa izquierda está contra el idioma castellano, en cuanto representa el espíritu individualista altivo, erudito y guerrero de un pueblo, grande en el mundo cuando la espada y la cruz monolíticamente unidas forjan un Imperio entre el viejo y el Nuevo Mundo.

Ese pasado grandioso no les gusta y por eso están contra el idioma castellano, que es ir contra el espíritu de la España grande. Reniegan del castellano por cuanto les repugna, les ofende, prefieren sus lenguas y jergas locales por ello en vano intentar sofocar el castellano universal, que hablamos millones de seres en el mundo, la mayoría en Hispanoamérica.

Los socialistas quieren modificar por ley el predominio ancestral y cultural del castellano para facilitar el separatismo que está por la disgregación de la hispanidad y borrar la historia de un pasado grandioso que prefieren falsificar al no asimilarlo.  Las autoridades anuncian que el español cambiará su definición educativa en el proyecto de ley del presidente, Pedro Sánchez, tema en el que, al parecer, la Real Academia es rebasada por presiones políticas y la incuria colectiva. El castellano es la llave al futuro de nuestros pueblos. Don Marcelino Menéndez y Pelayo se habría alzado con toda su elocuencia para decirles a los que intentan asfixiar el idioma de Quevedo: no sean majaderos, no escupan a la luna o serán los primeros en sufrir las consecuencias.

Se equivocan los que creen que el espíritu y las tradiciones hispánicas han muerto, están más vivas que nunca y por eso en zonas como Madrid es donde más se siente la resistencia contra los que les quieren imponer el socialismo colectivista anti hispánico. Unas veces la izquierda avanza aboliendo la propiedad, otras el espíritu tradicional de un pueblo, en este caso van por todo. La “Ley  Celáa” busca suprimir el castellano en gran parte de España. 

Esa gusanera subversiva abomina este idioma universal, rico y maravilloso, que tuvo su Edad de Oro en ambos mundos con Cervantes y otros numerosos exponentes del buen hablar y escribir; pretende ignorar que es el primer idioma en Hispanoamérica, segundo en el mundo, tenemos los más grandes gramáticos, escritores y poetas; que es patrimonio cultural universal y no se borra por decreto.  No señores, el idioma es el espíritu de un pueblo. Hasta Pablo Neruda, poeta y socialista, proclamaba que así España se llevara valiosos tesoros del Nuevo Mundo, deja un tesoro aun mayor y sin precio, por ser de valor inconmensurable, el castellano de la Edad de Oro.

Así como existe el árbol genealógico de los individuos, se da en la cultura y el idioma. La gran Isabel la Católica, esa reina visionaría, con su influjo determinó que fuesen castellanos en su mayoría los que viniesen, inicialmente, a esta parte del globo, por lo que se da el predominio del castellano y prevalece la ley de las Siete Partidas. Será más adelante cuando el castellano se consagra como lengua oficial en ambos mundos. 

La lengua va ligada a su árbol genealógico y su desarrollo avanza de manera paulatina con los individuos creativos, no depende de los gobiernos, ni de ideologías importadas. El castellano, tal como lo demuestran los mejores gramáticos, Marcelino Menéndez y Pelayo, Bello, Cuervo y Caro, sigue en formación, se enriquece con el aporte de notables narradores como Gabriel García Márquez o el popular vallenato, con vocablos que ingresan al torrente sanguíneo de la hispanidad más fuerte en nuestra región que en el resto del mundo. El idioma es la identidad de un pueblo.

Suprimir el castellano en tierra española es como arrancarle el corazón a un hijo, emascular a las nuevas generaciones, atentar contra el espíritu ancestral y el futuro de un pueblo en permanente formación y expresión, mediante su lengua y valores eternos.