Los franceses se presentaron a estas elecciones divididos como nunca. Según las encuestas, cuatro de los once candidatos a la Presidencia estaban prácticamente empatados. Nadie, ni los analistas políticos más expertos se atrevían a predecir los resultados. Lo único claro era que ninguno de ellos obtendría la mayoría necesaria para ganar en la primera vuelta.
El 23 de abril el triunfo fue para Emanuel Macron, con un 24 por ciento del voto, seguido por Marie Le Pen, con un 21.8. Estos dos personajes, profundamente disimiles, ninguno con una fuerte mayoría, serán quienes se enfrenten el 7 de mayo en una segunda vuelta.
Fue una elección difícil y reñida. Los cuatro candidatos punteros: Emanuel Macron, (independiente), Marie Le Pen (extrema derecha), François Fillon (conservador gaullista) y Jean-Luc Melechon (extrema izquierda), representaron todas las tendencia, sin embargo, coincidieron en algunos temas.
Ese fue el caso de Le Pen y Melechon; siendo de extremos políticos completamente opuestos, ambos abogaron por la separación de Francia de la Unión Europea y la defensa de la identidad francesa.
Macron, filósofo, poeta y exbanquero de 30 años, en una vertiginosa campaña logró derrotar a contrincantes de partidos bien establecidos como el conservador, fundado por Charles De Gaulle, y al partido socialista francés. Poderosos partidos, que por primera vez, desde la formación de la V República Francesa, quedaron por fuera de la contienda electoral.
Macron asegura no representar la izquierda, la derecha, o el centro. Un hombre sin partido, por así decirlo. Sin embargo, es visto como la continuación del gobierno de François Hollande, gobierno en el cual ocupó el cargo de Ministro de Finanzas y cuyo partido le sumará votos.
¿Será su gobierno una colcha de retazos de ideas de izquierda, centro y derecha? Ese es su gran problema; no es claro qué o a quién representa.
Su principal bandera es su indiscutible defensa de la participación y permanencia de Francia en la Unión Europea. Esto es lo que más gusta de él.
Macron, es sin duda un personaje romántico. Algo así como esos jóvenes caballeros que participaban en los torneos medioevales, con hermosas armaduras y poemas en los labios, dispuestos a morir por sus damas, (la Unión Europea, en este caso). Sin embargo, no veo en este galante caballero a un líder experimentado capaz de gobernar y unir a una nación tan dividida.
Igual de difícil sería el gobierno de Marie Le Pen, candidata de la extrema derecha, su opositora el 7 de mayo. Ella ha sostenido la defensa de “Francia para los franceses”. Su discurso, duro contra los inmigrantes, gusta mucho a aquellos que han perdido sus trabajos por la globalización. Amiga de retirar a Francia de la Unión Europea, es partidaria de retomar el control de las fronteras y de las decisiones importantes en el país.
Para Le Pen es casi imposible formar una coalición que la lleve al Eliseo. El derrotado partido conservador, que podría ser su aliado natural, no se le unirá por oponerse a su posición extrema contra los inmigrantes y la Unión Europea.
Jean-Luc Melechon, cabeza de la extrema izquierda populista, casi con seguridad, no aceptará unirse a ninguno de los dos candidatos y ordenará la abstención de sus seguidores.
Es clara la profunda división francesa. Muchos consideran que ese estilo “francés”, del que con razón se sienten tan orgullosos, se ha desvanecido. La amenaza del terrorismo la aterra y desconcierta. Tranquilizarla será la difícil labor del triunfador, casi con seguridad Macron.