Las dos caras de Jano
Insisto con vehemencia que impartir justicia es, de lejos y con creces, la función más compleja y volátil de todo el engranaje estatal. La delgada brecha que separa una buena decisión que sirva como ejemplo de los nobles valores defendidos por nuestro ordenamiento jurídico, de aquella nefasta sentencia que dé al traste con la cultura judicial que por años el país ha tratado de consolidar, es casi imperceptible y fácilmente traspasable en los momentos donde la presión social apremia frente a un caso particular. Es la lacónica paradoja romana del dios Jano, quien con sus dos caras puede contener lo bueno y lo malo, el pasado y el presente, la guerra y la paz, todo en un mismo cuerpo.
Uno de aquellos casos difíciles, donde la certeza indiscutiblemente ha de fungir como faro y las dudas deben reducirse a la mínima expresión, es sin discusión alguna el de Sigifredo López. Objetivamente hablando, el video que ha sido exaltado como la prueba reina no tiene absolutamente nada de ello, ni siquiera sumándole como indicio su inicial reticencia a colaborar con la investigación y el cotejo de voz se puede decir con pleno convencimiento que él sea el dueño de esa nariz y de ese bigote. No defiendo su inocencia, ni acuso su culpabilidad, pero sí pregono por un acervo probatorio contundente e inequívoco que no deje ni un ápice de sospecha en el imaginario colectivo de los colombianos.
Curiosamente, la historia vivida por nuestro país ha traído consigo una seguidilla de evidencias incompletas en momentos cruciales que habrían sido determinantes para resolver con soltura muchos de los interrogantes eternos que en esta tierra se han sembrado: siempre faltan unos centímetros de video donde se vería la cara del culpable, siempre hay una grabación que se corta segundos antes de decir el nombre que nos interesa, siempre hay una foto que no muestra con claridad lo que necesitamos ver, siempre hay un documento vital que se ha refundido en la vorágine del polvo, siempre hay un expediente clave que se perdió para no volver entre las garras del fuego. Me niego a creer que estemos condenados a no conocer nunca la verdad, no puedo concebir un futuro construido sobre las incógnitas del pasado.
Pero es justamente allí, en la madriguera de la indecisión, donde la justicia estatal debe salir al paso y abrir sus puertas de par en par poniendo en marcha toda la experticia que se le reclama, al igual que en los templos de Juno cuando mantenían desplegadas sus colosales entradas en tiempos de guerra y las volvían a cerrar en tiempos de paz. Sin importar el resultado final de las pesquisas en el caso de Sigifredo López espero argumentos férreos e incontrovertibles, que su libertad no deje el vacío de lo que pudo ser o que su castigo no guarde la desazón de lo que no debió ser. Primera prueba de fuego para el fiscal Montealegre. Por el bien de todos ojalá su debut no se recuerde como algo para olvidar.