Tatuajes en la retina
Cuando la televisión empezó a hacerse popular en los hogares trajo consigo la preocupación por una potencial adicción que la gente pudiera contraer con la caja mágica de imágenes, así también como la capacidad que tenía ésta para influir en los comportamientos de quienes le sintonizaban. No en vano existe el refrán “Todo entra por los ojos”, pues para nadie es mentira que la televisión tiene una fuerza comunicativa innata que irradia sobre el televidente de cualquier edad, bien sea para bien o para mal. Ejemplos de lo anterior pululan, pero uno de los más interesantes y cercanos es, sin lugar a dudas, el de Brasil y su matriarcado emergente.
En este país se calcula que aproximadamente 90% de sus habitantes ve telenovelas, algunos desde la tarde hasta finalizado el time prime, y según investigaciones fue el nuevo contenido de estas, junto con políticas estatales de planificación, lo que ayudó a disminuir drásticamente la tasa de natalidad de 6.3 hijos por mujer en 1960 a 1.9 en 2009, una marca que a Europa le tomó el doble de tiempo. ¿Cómo? Sencillo, hace 50 años las telenovelas mostraban familias gigantes con mujeres sin educación y sometidas al machismo que sólo se dedicaban a criar hijos, mientras que en el presente narran historias de núcleos familiares donde ambos padres laboran, están capacitados, son empresarios y tienen, por mucho, dos hijos.
Todo lo anterior es una antesala para analizar el particular caso de la televisión colombiana, en donde durante los años recientes se han transmitido alrededor de 11 telenovelas relacionadas con el tema del narcotráfico, la prostitución y el sicariato, demostrando un total encasillamiento de las temáticas sobre las que gira el entretenimiento colombiano y un paupérrimo panorama de lo que compone la parrilla de programación en nuestro país. Los productores se escudan diciendo que están mostrando la realidad de Colombia (¡mayor y más descarado sofisma no se puede pensar!), pero es al contrario, son ellos los que están construyendo la realidad sobre la base de tramas donde el personaje principal es normalmente el narcotraficante, el cual sale airoso de su actividad delictiva durante el 99% del tiempo hasta que lo atrapan o muere.
Ahora Caracol le ha puesto la cereza al postre llevando a las pantallas la biografía de Pablo Escobar, porque se cansó de los traquetos de segunda categoría y tuvo que jugársela con “el patrón”, caricaturizando el dolor de las víctimas que dejó a su paso y sólo enfocándose en su escalada al poder. No creo en las voces que le respaldan como un método certero para recordar, todo lo contrario, la historia patria llevada a las novelas corre la suerte de los libros llevados al cine: pierde su esencia y queda banalizada. Si quieren hacer tatuajes en la retina del pueblo que sea para bien como en Brasil, contando vidas que inspiran y valen la pena como las de Galán, Cano o Lara Bonilla ¡Pero no! Tal parece que los buenos no dan rating y eso es lo que les importa a los canales en últimas, ¿no?