El desasosiego
Hay momentos en los que inevitablemente se recuerda no solo por su originalidad sino por la capacidad de interpretarnos el libro de Pessoa sobre el desasosiego. Acuden de nuevo todos los interrogantes de quienes creyeron que el problema del sentido de la vida ya había sido resuelto de una vez por todas por las generaciones anteriores a las que teníamos que agradecerles ese gran tarea no siempre grata porque al finalizarla se suponían superadas todas las dudas, los interrogantes y las impotencias. Pero no ha sido así ya que el mundo cambió y todo lo anterior quedó en el olvido, lo que creíamos era absoluto se tornó en relativo antes de desaparecer parece que para siempre. A veces parece real la metáfora del náufrago que ha perdido el madero que le entregaba la pequeña certeza de que no todo estaba perdido.
Habitamos el desasosiego, la desesperanza parece estar cerca. Hay gentes que abdicaron de su creencia en Dios y se hicieron a la tarea fatigante y amarga de crear sus pequeños dioses a su imagen y semejanza; hay gentes que saludaron el descubrimiento del genoma y del ADN como una prueba contra el Creador que bien por una u otra forma puso en movimiento el vivir, el evolucionar, el cambiar.
Y como esos puntos de referencia finales desaparecieron desapareció la moral generada por los valores compartidos y hoy solo se puede llegar a aceptar aquella sabiduría contenida en los renglones de León de Greiff cuando afirmaba ya desde entonces que “todo no vale nada y el resto vale menos“.
La lectura de noticias, la visión de programas en red, las emisiones radiales y aun la publicación de textos que pretenden que los demás deban enterarse de las grandes miserias y pocas virtudes de quienes sienten la necesidad de “confesar a los demás“ las señas de camino de su perdición en un afán de ahorrarse lo del siquiatra.
Se inventaron “el gran hermano” y aquellos espectáculos en los cuales se vierten en la opinión pública impotencias y deseos fallidos.
Y como nada sirve y -según un fracasado pensador- no hay virtudes ni valores lo que queda es el remedio popularizado por “los medios” bajo la fórmula del “Exitismo”. Tener éxito no importa cómo pero tenerlo. El dinero fácil, el engaño, la deslealtad, la traición, el mal ejemplo, el todo vale, la perversión de los medios pero más grave aún la perversión de los fines nos entregan la variada paleta de las noticias diarias contra la vida, la corrupción, la necesidad de defenderse aun del Estado que dice proteger y no protege y esa dolorosa certeza que expresaban los romanos con aquello de “corruptio optimi pessima” (lo más terrible es la corrupción de quienes están llamados a ser honestos) que se aplica a las instituciones de todo tipo -civiles y religiosas- que aparentan la honradez que desconocen y dejan al náufrago en el desasosiego del vivir sin sentido. Habrá que cambiar.