GUSTAVO GUERRA LEMOINE | El Nuevo Siglo
Viernes, 8 de Junio de 2012

¡Burla!

 

Tal será la sevicia con la que en Colombia se han golpeado los principios que, por fuera de todo límite, pareciera no importarnos ya la suerte de nadie ni de nada.

Por décadas, las noticias de violencia del conflicto armado o del narcotráfico nos resultaban tan abrumadoras, que ninguna otra lograba hacerles competencia.

Pero los tiempos han cambiado: ahora se disputan el protagonismo los crímenes de la violencia intrafamiliar, las violaciones, la injusticia y, para completar, los escándalos más desproporcionados de corrupción de que se haya tenido historia. Parece ser, que nos estamos acostumbrando a la fetidez.

Hace pocos días recibí una curiosa invitación. Fue de un profesor de fútbol que conozco bien, sobre todo por sus obras. Ha dedicado su vida a recorrer pueblos de Cundinamarca con el propósito de encontrar talentos entre humildes muchachos campesinos que, si juegan bien, es por cuenta de ese milagro pertinaz llamado superación que, a pesar de todo, sobrevive en el espíritu de los colombianos.

Quería que yo asistiera a verlos jugar en Bogotá durante los tres largos días que competirían con por lo menos seiscientos chicos de la capital y otros municipios, como respuesta a una convocatoria a la que vendrían un grupo de norteamericanos para apreciar sus destrezas: a los mejores se les regalaría una beca con todo incluido para estudiar en una prestigiosa universidad de EE.UU.

Para participar, cada deportista debía cancelar doscientos noventa mil pesos, sin alojamiento. Al profe le indagué sobre cómo había conseguido lo de sus pupilos, y me explicó que “llorándole a un Banco en Ubaté para que los niños no se me quedaran por fuera”. Ya con la historia en el corazón, tomamos la decisión con mi mujer, y decidimos quedarnos a ver todos los partidos.

La sorpresa nos conmovió. Y no solo por el coraje que irradiaban en la cancha, que era mucho, sino por la técnica, el talento y la eficacia de su juego. Fue una experiencia maravillosa.

Los norteamericanos, que eran tres, finalmente aparecieron. Se paseaban por las canchas casi sin mirar a los más de seis juegos en simultánea. Nunca supe bien quienes eran. No hablaban español y las explicaciones que dieron fueron vagas y dispersas.

El evento terminó, sin más ni más, con las caras largas de los muchachos caminando hacia la autopista para retornar a sus casas, llenos de interrogantes.

Nadie se enteró en que se gastó la plata, ni cómo se calificaba a los deportistas, ni cómo realmente se accedía a las becas.

Me enteré después, que los dueños del campo son socios de Villa Valeria, la controvertida sede turística de Saludcoop, al igual que el colegio y la cancha de golf que funcionan justamente donde se llevó a cabo el torneo. Pues bien, la burla fue hábilmente consumada. Otra vez fruto del vil aprovechamiento de la desesperación de la gente por salir adelante y de la incapacidad del Estado colombiano por responder.