“Prudencia se impone ante eventual diálogo con Corea del Norte”
Hic sunt dracones (¡aquí hay dragones!), solían poner los cartógrafos medievales y renacentistas en los mapas, para indicar los inimaginables peligros y sorpresas que aguardaban al viajero que osara aventurarse en las regiones más desconocidas o aún inexploradas del globo. “¡Aquí hay dragones!” es también una advertencia que sus consejeros y asesores deberían hacer a los líderes políticos, cuando quiera que ante una situación particularmente compleja, optan por incursionar en la tierra ignota de la improvisación, la acción intrépida, el exceso de confianza en sí mismos, la subestimación de sus contrapartes, o el desdén de los riesgos probables. O, para decirlo en menos palabras: en la tierra ignota de la imprudencia -que es falta grave contra la mayor de las virtudes políticas-.
Que el régimen gamberro de Pyongyang desafía permanentemente el derecho internacional, y que con su programa nuclear -84 lanzamientos de misiles y 4 pruebas subterráneas desde 2012- constituye una amenaza para la paz y la seguridad de una región ya de por sí bastante volátil, y en consecuencia, una amenaza para la paz y la seguridad internacionales, es una verdad monumental como un templo. Que es preciso hacer todos los esfuerzos posibles para evitar que desde Corea del Norte se encienda el polvorín, también. Y es verdad, así mismo, que el anuncio hecho por Kim Jong-un, de que estaría dispuesto a discutir una eventual desnuclearización con Estados Unidos, parece haber abierto una ventana de oportunidad para resolver el asunto y evitar su escalamiento. Por lo menos, en la medida en que Washington no ha rechazado de plano esa posibilidad, y en tanto algunos movimientos diplomáticos (como la visita del canciller norcoreano a Suecia a finales de la semana pasada) parecen estar tomando dicha dirección.
Pero sin renunciar a la expectativa que esa ventana de oportunidad genera, es preciso advertir sobre los dragones que pueden habitar esa recóndita región en la que podría acabar incursionando el presidente Donald Trump, movido por esa obsesión suya de hacer a toda costa lo que ningún otro ha hecho, y que viene siempre acompañada de un desmedido sentido de su propia valía, ese que lo ha llevado a despreciar al Departamento de Estado y a denigrar de la curtida burocracia de Foggy Bottom, prácticamente excluida de la discusión sobre los grandes asuntos de la política exterior estadounidense.
¡Aquí hay dragones!, porque la oferta de cinco puntos de Pyongyang no es por ahora sino un anuncio informal, y en realidad muy poco sustantivo; porque huele a ese tipo de propaganda al que el régimen es tan adicto; y porque recuerda viejas y repetidas promesas, desde el Acuerdo Básico Intercoreano (1992) hasta el Diálogo a Seis Partes, sistemáticamente incumplidas por Corea del Norte en materia de verificación, inspección y desnuclearización.
¡Aquí hay dragones!, porque ningún acuerdo con Pyongyang será sostenible si no involucra de alguna manera a Japón, cada vez más receloso en medio de lo que percibe como un entorno enrarecido y cada vez más dubitativo sobre la confianza que debe merecerle su alianza con Washington.
¡Aquí hay dragones!, porque si algo sabe Corea del Norte es ganar tiempo y oxígeno, y cómo aprovecharse de ofertas e incentivos para salirse con la suya. (Hay suficiente evidencia para sospechar que parte de su problemático programa nuclear ha sido financiada con los recursos de diversos programas de ayuda patrocinados por Seúl en aras de la “distensión” con su problemática “otra mitad”).
¡Aquí hay dragones!, porque con toda la presión que puedan estar generando las sanciones vigentes -sobre todo desde que China decidió atenerse a ellas-, no hay ninguna razón por la cual Corea del Norte vaya a desandar el camino ya recorrido, tan íntimamente ligado a la doctrina juche que define su identidad como nación, y al cual considera no sólo el pilar fundamental de su supervivencia, sino el factor que habrá de definir su peso específico frente al sur cuando llegue el momento de la reunificación.