HORACIO GÓMEZ ARISTIZÁBAL | El Nuevo Siglo
Domingo, 20 de Octubre de 2013

Una sociedad de privilegios

 

Vivimos  en una sociedad machista, en que se endiosan los privilegios y se desprecian los deberes y obligaciones. Todos piden, exigen y reclaman, pero nadie quiere sacrificarse, ni limitarse, ni someterse. Todos pretendemos violar la ley, pero que no se nos castigue. Domina la atmósfera un criterio permisivo en que se prohíbe prohibir. El que no hurta, adquiere las cosas mal habidas; el que no soborna, se deja sobornar; el que no ataca al prójimo con armas, cree es lícito herir peatones con vehículos conducidos en estado de embriaguez.

Cuando un pequeño se porta mal se le trata de asustar diciéndole: ¡voy a llamar  a un policía! Como si se tratara de un monstruo; si es joven observa los muros de la universidad con leyendas insólitas como ésta: ¡botas no; fusiles no! Y si se trata de un adulto se le inculca la idea de que el Ejército es una fuerza agresora, olvidándose que las Fuerzas Armadas son el brazo que protege la sociedad.

Existe lo que se llama el asco por la ley. Queremos todo lo bueno para los malos y todo lo malo para los buenos. Siempre afirmamos los derechos de los violentos, de los antisociales y olvidamos, injustamente, los derechos de las víctimas, de los ultrajados  y de los ofendidos.

A la sociedad no solo la destruye el crimen, sino los malos ejemplos, simiente de  corrupción.

Todo lo que vale en la vida ha sido mortificado. Las viñas las injertan, las podan,  las atan. Los ríos, sostenía Kipling, si no los encauzan, destrozan, arrasan, anegan. El tren lo aseguran a los rieles. Todas sus piezas van sujetas, mortificadas, obligadas. “No hallaréis ningún objeto de vuestro uso, en que no haya tenido que mortificarse la materia desde que salió de la mina, el árbol, de la tierra. Ved si no hay algo que no haya pasado por el fuego o por el martillo, o por la lima, o por el embudo, o por el laminador, retorciéndose, estrechándose, mortificándose. Así el hombre, el ciudadano, el cristiano”.

No hay convivencia, sino coexistencia; convivir es hacerse participe de la vida de los otros, es declararse solidario con sus pérdidas, con sus problemas y sus angustias; coexistir es estar un ser humano al lado de otro, yacente, sin disposición espiritual de ayuda, de entrega, neutro frente a la desesperación de los demás. Lo que está vigente es la lucha darwinista por la vida, cuya ley simple es la de que triunfa el fuerte y es aplastado el débil. ¿Qué cooperación puede haber entre el agresor y su víctima?

Gandhi, aquel hombre frágil, magro de carnes, vestido de una túnica  de blanco y siempre con un libro religioso en las manos, no olvidemos que derrotó a un imperio con su teoría de la no-violencia-, expresó en forma conmovedora: “Al mundo lo ha perdido la religión sin sacrificios, el comercio sin moral, la riqueza sin trabajo y la política sin convicciones sinceras y sin grandes ideales”.