¿La democracia realmente está en retirada? | El Nuevo Siglo
SI BIEN la mayoría del mundo tiene como forma de gobierno la democracia, que contempla elección directa, libre y transparente, solo en un reducido grupo de países se cumple a cabalidad con su objetivo: buena gobernanza, respeto a las libertades, los derechos humanos y mejora en la calidad de vida, entre otros. /Archivo AFP
Viernes, 30 de Agosto de 2024
Helmut K. Anheier, Edward L. Knudsen y Joseph C. Saraceno*

BERLÍN.- ENSLa democracia liberal vuelve a estar bajo amenaza en todo el mundo. En muchos sentidos, hemos visto estos desafíos antes y, en definitiva, la democracia siempre ha salido victoriosa. ¿Una confianza similar está garantizada esta vez?

Está claro que las amenazas antidemocráticas no implican el fin del sistema. Pero en lugar de aferrarse a una fe optimista en un triunfo inevitable de la democracia a nivel global, sus defensores ahora deben adoptar una mentalidad realista basada en evidencia empírica -especialmente cuando los datos cuestionan las suposiciones de larga data y plantean interrogantes incómodos-.

El realismo exige que rechacemos las predicciones catastrofistas sobre la muerte inminente del gobierno representativo. Pero también implica abandonar la creencia teleológica de que la democracia liberal, inevitablemente, triunfará en todas partes. Podemos reconocer los avances impresionantes que han hecho los países no democráticos, sin perder de vista la abrumadora evidencia de que las democracias siguen brindando una calidad de vida promedio mucho más alta que las autocracias.

El mundo de hoy sigue ofreciendo grandes oportunidades para un progreso incremental hacia una mayor inclusión y responsabilidad democrática, y una mejor calidad de vida. Pero como los países en todos los niveles de desarrollo económico enfrentan su propio bagaje de desafíos importantes de largo plazo, las políticas se deben adaptar a su dinámica de gobernanza específica. No existe una solución rápida ni que les sirva a todos.

¿Hacia una era de antiliberalismo?

La evidencia de una “recesión democrática” global ha crecido desde que se la identificó por primera vez hace casi diez años. Institutos de investigación como Freedom House y V-Dem, y publicaciones líderes como The Economist, han determinado que la democracia liberal sigue perdiendo terreno a manos de la autocracia y del antiliberalismo. Este tipo de regímenes -entre los que se encuentran China, Hungría, Rusia, Arabia Saudita, Turquía y muchos otros- cada vez tienen más confianza en sí mismos y promueven sus modelos económicos y políticos como más conducentes a la estabilidad y prosperidad que los de los países democráticos.

Esto plantea un creciente desafío para los defensores de los valores liberales. Durante gran parte de estos últimos 50 años hubo poco debate sobre qué sistema producía mejores resultados: por lo general, se pensaba que las autocracias iban a la zaga de las democracias en casi todos los indicadores de desarrollo. Sin embargo, este grupo de países ha logrado achicar la brecha en los últimos años, aunque la mayoría sigue rezagada en términos absolutos de los bienes públicos que suministran. De los 145 países incluidos en el Índice de Gobernanza Berggruen (BGI) de 2024, casi la mitad tuvo una mejor calidad de vida y, al mismo tiempo, una caída de la responsabilidad democrática entre 2000 y 2021.

Este panorama plantea un reto ideológico y político para la creencia generalizada. ¿El ascenso de una alternativa potencialmente exitosa podría destronar al liberalismo como el último sobreviviente de la historia? ¿Qué implica el éxito percibido de la autocracia para el debate académico sobre el papel de la democracia a la hora de fomentar la estabilidad, la prosperidad y la sustentabilidad? A través del BGI, encontramos que, si bien los senderos varían según las características de los países analizados, todos todavía pueden encontrar la manera de “navegar contra el viento” hacia la democracia, como dijo el economista Albert Hirschman. El progreso sigue siendo posible, pero exigirá un patrón zigzagueante incremental, y dista de estar garantizado.

Altos logros

A través del uso de tres mediciones del desempeño de la gobernanza -responsabilidad democrática, capacidad estatal y provisión de bienes públicos-, el BGI identifica cuatro grupos de países con patrones de desempeño diferentes y características comunes en términos de economía, demografía y estabilidad política. Lo importante es que cada grupo enfrenta desafíos diferentes cuando se trata del rol de la democracia y la calidad de vida.

En primer lugar, existen 36 estados democráticos exitosos en el mundo hoy, un grupo que incluye a Australia, a la mayoría de los países de la Unión Europea, a Japón, a Corea del Sur y a Estados Unidos. Los integrantes de este grupo tienen el mejor desempeño en las tres dimensiones de gobernanza. Pero, si bien todos tienen economías muy globalizadas y PIB per cápita altos, cada vez difieren más en términos de estabilidad política y social. Estonia, por ejemplo, siempre tuvo un buen desempeño en estas dimensiones, cosa que no pasó con Estados Unidos en los últimos años.

Creemos que el futuro de la democracia en este grupo depende de la manera en que los gobiernos gestionen la economía global, y de si construyen o no la capacidad estatal doméstica necesaria para lograr una cohesión social y, al mismo tiempo, la provisión de bienes públicos en un contexto internacional competitivo. 

Si bien este grupo es relativamente exitoso en todas las mediciones, la década posterior a la crisis financiera global de 2008 demuestra que una austeridad prolongada y una complacencia de las elites pueden ser peligrosas para la democracia, aún en países donde parece segura. Estados Unidos parece ser un buen ejemplo.

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Su puntuación en materia de responsabilidad democrática promedió la cifra impresionante de 96 entre 2010 y 2015 (entre las mejores del mundo), pero luego cayó precipitosamente, hasta llegar a 84 en 2020. La capacidad estatal de Estados Unidos también se atrofió y cayó de 79 en 2011 a 64 en 2020.

No es casualidad que estos cambios ocurrieran durante la presidencia de Donald Trump, que se caracterizó por las convulsiones del sistema electoral y del estado administrativo. La conquista por parte de Trump de la base y de los recursos organizacionales del Partido Republicano demuestra que hasta las democracias aparentemente más consolidadas son susceptibles a fuerzas antiliberales y a una erosión institucional acelerada. Si bien estas métricas sugieren que Estados Unidos puede haber repuntado en los últimos años, la elección de 2024 fácilmente podría revertir la tendencia.

El segundo grupo comprende a 33 países autocráticos y estados antiliberales exitosos, como Rusia, China, Emiratos Árabes Unidos y Turquía. Estos países tienen puntuaciones más bajas en responsabilidad democrática y, por lo general, ratings de capacidad estatal promedio o por debajo del promedio, pero logran una puntuación de calidad de vida promedio o por encima del promedio. Más allá de este éxito relativo, estos países enfrentan numerosos desafíos, como altos niveles de fuga de cerebros, desigualdades económicas y sociales, importantes reivindicaciones domésticas y, muchas veces, conflictos internos reprimidos.

Estos países intentan ofrecer evidencia para lo que calificamos como la “tesis de la suficiencia autocrática”, que sostiene que la capacidad estatal basta para garantizar una mejor calidad de vida, inclusive a falta de una responsabilidad democrática robusta. El ejemplo más prominente de un país en esta trayectoria es China. Entre 2000 y 2021, su calidad democrática cayó de una puntuación ya baja de 27 a 20. Sin embargo, durante este mismo período, la capacidad estatal aumentó cuatro puntos, de 38 a 42. Más importante, la provisión de bienes públicos se incrementó drásticamente, de 60 a 75.

Esta capacidad de aumentar los bienes públicos frente a una falta de democracia plantea la amenaza ideológica más significativa para el modelo liberal. Pero todavía está por verse si la tendencia se mantendrá en la medida que China se acerque a niveles de calidad de vida comparables con los de las democracias adineradas. 

En el medio, confusión

El tercer grupo abarca a los estados ineficientes. A pesar de niveles de responsabilidad democrática en torno del promedio, a estos 37 países -que incluyen a Perú, Túnez, Sudáfrica, Indonesia, Filipinas y Bolivia- les cuesta alcanzar una calidad de vida a niveles equiparables a su responsabilidad democrática y su capacidad estatal. Como grupo, registran un promedio en casi todos los indicadores económicos, demográficos y sociopolíticos. La democracia no está acompañada por mejoras en las otras dos dimensiones. Si esta desconexión persiste, podría conducir a una pérdida de legitimidad y a una caída en el autoritarismo.

Estos estados podrían ser representativos del fracaso de la “tesis de suficiencia democrática”, que supone que la democracia por sí sola basta para una mejor calidad de vida en el mediano a largo plazo. Por ejemplo, la democracia tunecina registró un crecimiento considerable entre 2010 y 2021, su puntuación de responsabilidad democrática subió de 31 a 79, y su puntuación en materia de capacidad estatal aumentó de 34 a 55. Sin embargo, no logró traducir su renacer democrático en una mejor vida para sus ciudadanos: la provisión de bienes públicos solo creció cuatro puntos, de 73 a 77.

El último grupo incluye a 39 estados con dificultades, como Camboya, Egipto, Guatemala, Nigeria y Venezuela. Estos países suelen exhibir un desempeño de gobernanza deficiente en las tres dimensiones y tienden a registrar un PIB más bajo per cápita, una posibilidad mayor de conflictos armados y una menor estabilidad política. Muchos han quedado atrapados en un círculo vicioso de conflicto interno y mala gobernanza durante décadas.

Al igual que los estados ineficientes, son vulnerables a la narrativa autocrática de que la capacidad estatal es clave para el desarrollo. Por lo tanto, representan un frente clave en la batalla ideológica entre democracia y autocracia. Consideremos el caso de Camboya, que ha sufrido una caída democrática sustancial, de 48 en 2000 a 32 en 2021, a pesar de que la capacidad estatal se mantuvo aproximadamente constante (24 versus 22). En el mismo período, su provisión de bienes públicos mejoró de 29 a 51. Estos resultados podrían dar a pensar que la calidad de vida puede mejorar inclusive durante períodos de caída democrática.

Muchos interrogantes

Estas conclusiones plantean interrogantes apremiantes. Si los países no democráticos pueden aumentar la calidad de vida, ¿eso significa que la democracia es menos relevante de lo que se suponía anteriormente? En efecto, podría ser el caso, al menos en el mediano plazo. Después de todo, el “modelo de negocios” de industrias extractivas de autocracias exitosas como los estados del Golfo y Rusia parece relativamente estable, al igual que la dependencia extremadamente sobreponderada de las exportaciones de China. Pero las oportunidades para que otros países adopten el modelo de negocios ruso o chino parecen bastante limitadas.

Aun así, ¿la creciente influencia de las “autocracias exitosas” habla de un modelo alternativo que enfrenta a los viejos principios de la teoría de la modernización con el llamado Consenso de Beijing? Casi con certeza. El ascenso sumamente visible de las no democracias plantea un desafío genuino para el éxito continuo del grupo democrático y su atractivo para otros países. Pero esto tiene que ver, en parte, con quién tiene la narrativa vencedora y, en parte, con las oportunidades únicas con las que cuenta cada país en la economía globalizada de hoy.

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Finalmente, ¿existe una manera clara de mejorar las perspectivas inmediatas de países en el tercer y cuarto grupo? Probablemente no. Los estados ineficientes y con dificultades están dispuestos a mantener patrones asincrónicos en los cuales la democracia puede parecer establecida, solo para ser desafiada y revertida. La capacidad estatal y la provisión de bienes públicos puede seguir desarrollándose junto con estos cambios, pero el progreso puede ser lento y los reveses, frecuentes.

En conjunto, las tendencias recientes arrojan un manto de duda sobre la narrativa liberal esperanzadora que dominó la primera década después de la Guerra Fría. Ya no podemos asumir que los países inevitablemente convergerán hacia la democracia y la prosperidad, como se avizoraba en el paradigma de modernización tan defendido por Occidente.

Hacia un nuevo realismo

Dado que las democracias liberales exitosas quizás enfrenten vientos de frente significativos en los próximos años, es necesaria una estrategia política más proactiva para proteger a los grupos vulnerables de la población del impacto negativo de la globalización económica y del cambio tecnológico. Estas son cuestiones que muchas democracias liberales -sobre todo Estados Unidos- ignoraron durante mucho tiempo. Este desdén puede crear un círculo vicioso en la medida que las regiones expuestas a shocks económicos negativos respalden a los partidos populistas.

También debemos reconocer los límites del desarrollo democrático en los países autocráticos, dados los modelos relativamente estables y económicamente exitosos que algunos han liderado. Desmerecer el progreso real que han hecho los países no democráticos no reforzará los argumentos a favor de la democracia. Por el contrario, deberíamos enfatizar que a las autocracias, por lo general, les va peor con el tiempo y que esta tendencia aún puede confirmarse.

Al mismo tiempo, no deberíamos ver una recaída democrática como un proceso inexorable. Como hemos visto en Polonia en el pasado año, los regímenes antiliberales pueden caer, dando lugar a una renovación democrática. Las autocracias pueden desarrollar una falsa estabilidad, dejando a los observadores sorprendidos cuando de pronto caen. Recordemos la abrupta extinción del comunismo europeo. Los autoritarios de hoy no son inmunes a compartir un destino similar.

Finalmente, el nuevo realismo exige que reconozcamos que muchos países en los grupos de estados ineficientes y con dificultades tienen un camino largo y rocoso por delante. Pero si bien no existen soluciones rápidas, el camino hacia la democracia y una mejor calidad de vida sigue abierto. Vale la pena recordar que hasta Estados Unidos no se convirtió en una democracia plena hasta los años 1960, con la sanción de la Ley de Derechos Civiles y la Ley de Derechos de Votación; o que Suiza, entre los países más ricos y democráticos del mundo, recién otorgó el voto a las mujeres en 1971; o que Alemania, Japón y Austria -hoy democracias ricas y estables- fueron monarquías autocráticas (con capacidades estatales fuertes y una provisión razonable de bienes púbicos) hace poco más de un siglo.

La democracia liberal al estilo occidental no es inevitable, porque la historia no tiene ningún objetivo o propósito -ningún “fin”-. Lo que sí tiene es agencia humana, lucha ideológica y conflicto político. Como el futuro siempre está por escribirse, la democracia nunca debe dejar de probarse a sí misma.

*Anheier es profesor de Sociología en la Escuela Hertie en Berlín y maestro adjunto de Políticas Públicas y Bienestar Social en la Escuela Luskin de Asuntos Públicos de la UCLA. Knudsen es socio de investigación en la Escuela Hertie en Berlín y Saraceno es director de proyectos y científicos de datos en la Escuela Luskin de Asuntos Públicos de la UCLA.

(The Índice de Gobernanza Berggruen es un proyecto conjunto del Instituto Berggruen, la Escuela Luskin de Asuntos Públicos de la UCLA y la Escuela Hertie).

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