Después de la tormenta no vino la calma. Después de la tormenta empezó el tormento para los habitantes de Providencia. Todo, absolutamente todo, estaba devastado. En este caso no se trataba del huracán bíblico que arrasó con Macondo, ni estaba previsto en ningún pergamino apocalíptico que la isla fuera arrasada por el viento y desterrada para siempre de la memoria de los hombres. No.
En Providencia y Santa Catalina se trató de un fenómeno previsto y caracterizado, con causas y consecuencias conocidas; no de un trágico designio dictado por los dioses. Fue una tormenta tropical que en cuestión de horas se convirtió en un huracán C5, el más fuerte en la escala que mide la fuerza de los huracanes. Sus vientos alcanzaron una velocidad superior a los 259 kilómetros por hora y su fuerza desató billones de litros de lluvia sobre las pequeñas islas.
No son desastres naturales, insisten los expertos. Pensar estos eventos como “naturales”, dicen, es negar la responsabilidad de los seres humanos en la prevención, mitigación y atención de sus consecuencias. Son fenómenos naturales que pueden llegar a tener efectos catastróficos para los seres humanos, según la situación de cada comunidad. La tarea es comprender estos fenómenos para poder actuar y mitigar sus efectos antes, durante y después de que sucedan. En el caso específico de los huracanes coinciden en que hay una relación entre su aparición y el calentamiento climático. Significa que hay una relación entre la actividad humana y el fenómeno natural, y que algo puede hacerse, o dejar de hacerse, para revertir esa situación.
El pandémico 2020 ha sido un año especialmente caluroso para el océano Atlántico y este ha sido un factor definitivo en la formación de huracanes. Es imposible saber con mucha anticipación que una tormenta se convertirá en huracán. Pero se sabe cuándo hay más probabilidades de que ocurra, como efectivamente sucedió en varias ocasiones durante este borrascoso noviembre. No se trata de un designio trágico que hay que aceptar de manera resignada, se trata de un fenómeno previsto y caracterizado por entes especializados.
Resguardados en los baños durante horas, los providencianos se salvaron casi todos. Pasada la tormenta, parece casi más difícil que sobrevivan a la calma. Su vida se derrumbó. Muchos lograron evacuar a San Andrés previendo otra tormenta, pero allí no había nada preparado para recibirlos; como si a nadie se le hubiera ocurrido pensar que esto podía suceder. Fue como si su tiempo se hubiera clausurado. El pasado se lo llevó el viento y el futuro, en esas condiciones, es una nube gris. No es la primera ni la última tormenta. Se sabe bien que vienen más y que, si el océano sigue calentándose, algunas de ellas se convertirán en huracanes. Conocer y entender este fenómeno es la humana providencia que puede, de manera anticipada, prevenir una catástrofe humana y brindar una segunda oportunidad sobre la tierra para estas 5.000 personas que lo perdieron todo. Mientras el Estado hace su tarea los ciudadanos podemos ayudar. Ayudemos.