“¡Me importa un cuerno!”, se dice a veces para dar a entender que se concede poca o ninguna importancia a alguna cosa. Es una expresión coloquial con la que no estarían de acuerdo los unicornios, si existieran; y de la cual disienten los rinocerontes, que en efecto existen, y para quienes el cuerno vale lo que vale la vida. “¡Me importa un cuerno!” querrá decir “¡Me importa mucho!”, también, para los cazadores furtivos, que en el mercado negro trafican el cuerno de rinoceronte a más de 60 mil dólares el kilo. Se supone que, combinado con otros ingredientes, el polvo de cuerno de rinoceronte cura el cáncer, es afrodisiaco y mantiene a raya al demonio. Una panacea en forma de mejunje. Queda así demostrado que, también en cuestión de cuernos, todo es relativo. Y el cuerno que algunos desdeñan, es para unos la clave de la supervivencia, y para otros, un negocio más lucrativo que la explotación de oro o el tráfico de drogas.
Pasa igual en geopolítica. Bastaría con preguntarle a Yibutí, el tercer Estado más pequeño de África continental, poco abundante en recursos y escaso de riquezas, cuánto le importa “el cuerno”. El cuerno de África. “Su” cuerno. El que ocupa, poco más extenso que el departamento de Cundinamarca, entre el Mar Rojo y el Golfo de Adén. Uno de los lugares de mayor valor estratégico en el mundo.
Ningún otro país alberga en su territorio tantas bases militares de distintos Estados como Yibutí. La antigua potencia colonial, Francia, tiene una en la que, además de franceses, hay soldados alemanes y españoles. Al fragor de la “Guerra contra el Terrorismo”, los Estados Unidos instalaron otra base militar por la cual pagan al anfitrión 63 millones de dólares anuales. A estas dos hay que sumar una italiana y una japonesa (la única instalación militar japonesa en suelo extranjero). Y desde hace un año, también los chinos abrieron la suya, para asegurar el aprovisionamiento de las tropas que participan en misiones humanitarias y de paz, a cambio de 20 millones de dólares anuales y un generoso plan de inversiones.
Yibutí sabe lo que vale un cuerno. Mientras que algunos Estados se resignan a ser “prisioneros de su geografía” (parafraseando el título de un fascinante libro de Tim Marshall), otros le sacan tanto partido como pueden. Y en efecto: la posición geográfica de Yibutí vale su peso en oro. O mejor dicho: en cuerno.
Este oasis de estabilidad en medio de Somalia, Eritrea y Yemen, ocupa un lugar de vital importancia para el control de los principales corredores marítimos internacionales. Y es también una atalaya en la lucha contra el terrorismo y la piratería. El gobierno de Ismael Omar Guelleh -mandamás del país desde hace casi dos décadas- ha sabido aprovecharse de ello, y hacer del periférico Estado africano uno de los centros de gravedad de la geopolítica mundial.
Yibutí practica, con gran provecho hasta ahora, una suerte de “polivalencia geopolítica”, de la que deriva pingües ingresos, y que lo hace virtualmente inmune a una agresión extranjera. Pero que también lo obliga a mantener un delicado equilibrio en el relacionamiento con sus huéspedes. Algo que, como demuestra la historia y la experiencia de otras latitudes, no siempre es fácil de hacer. A fin de cuentas, el rinoceronte muere, precisamente… por el cuerno.
Como sea, y cambiando lo que hay que cambiar, la de Yibutí es una lección que valdría la pena estudiar en Colombia. Se dice, con frecuencia, que la posición geográfica de Colombia es “privilegiada”. Pero hasta ahora, el usufructo que el país ha sacado de ello ha sido, en más de un sentido, más bien precario.
De nada sirve vanagloriarse de la geografía si ésta no se convierte en un activo para la política exterior. La aspiración a ocupar un lugar en el mundo empieza por ocupar, conscientemente, un lugar en el mapa. Si supo hacerlo Yibutí, ¿por qué no podría hacerlo Colombia?
*Analista y profesor de Relaciones Internacionales