Jericó es el único pueblo con Santa propia en Colombia. Aquí nació la Madre Laura, canonizada el 12 de mayo del 2013. Pero, este no es el único honor que engalana esta hermosa población antioqueña, de calles empedradas y portones, ventanas y balcones de madera, pintados con los colores del arco iris.
Aquí, los viejos actúan como jóvenes, y los jóvenes conocen su historia y se enorgullecen de ella como viejos. Aquí se ama la vida, como venga y se respeta la muerte cuando llega sin miedo sin vergüenza, tal como se ha vivido.
Así, con el arrullo de boleros, tangos y esa música de antaño tan dulzona y melancólica, se disfruta el nuevo documental: “Jericó, el infinito vuelo de los días”, obra de Catalina Mesa, en honor a una tía a quien quiso mucho.
Poco a poco nos vamos encontrando con cada una de las nueve mujeres, entre 69 y 102 años, que nos comparten sus vidas. Revisitamos nuestra historia presente en sus historias, sus ilusiones y sus tragedias. Reímos con ellas, igual lloramos. En algunos momentos el silencio en el teatro es tal, que se teme respirar por temor a romperlo. Reconocemos la violencia que nuestro pueblo ha sufrido. Nuestro reciente pasado nos escupe la cara. Ahí están las heridas y el dolor de la guerra.
En sus viviendas nos antojamos de saborear sus apetitosas arepas. Las vemos prepara y moler el maíz y atizar el rescoldo del fogón de leña para dorarlas. Casi olemos el fuego. La boca se nos hace agua. Arepas que compran su sustento, sostiene sus techos y han pagado la educación de sus hijos.
Vemos las curtidas manos de una de ellas acariciar la ubre de su vaca preferida, “la Mafiosa”, llamada así porque “es muy bella, da mucha leche, -dos baldes- y era de un mafioso”. Esas mismas manos amasan los quesitos hechos con la leche de la granja, y cuando por un momento reposan, se retuercen de dolor recordando cómo, hace treinta años, ante la mirada impotente y desesperada del padre, los del ELN se llevaron su pequeño de 12 años.
Todas ella son fuertes, frenteras, amantes de su pueblo y, ante todo, creyentes. Aman a sus santos y negocian con ellos, como si fueran sus vecinos. Con sus imágenes hay tratos y aun peleas serias, tan serias como la vida, el amor y la muerte.
El Jericó que se cuenta en esta cinta es un lugar de encanto, es fantástico, es femenino. Hace honor a la mujer colombiana que ha conquistador la tierra al lado de su hombre, pariendo y sacando adelante hijos, sola o acompañada, sin dejar de soñar ni por un solo momento. Jericó es esa maestra que, al quedar viuda, da vida a un kínder para soportar a sus 9 hijos.
Cada una habla haciendo lo que más le gusta; cosen, cocinan, cantan o juegan cartas, mientras recuerdan a sus hombres, sus sueños de estudiar y viajar, sus fracasos. Sonriendo oímos a las mujeres que prefirieron la soledad a un mal arreglo
Todas tienen un romance con sus espejos, coquetas se maquillan y se embellecen con aretes y collares. Porque la vida es joven para ellas, no importa la edad que tengan. ¡Quién se pierda Jericó se pierde una joya!