“Levántate y ve a Nínive, aquella gran ciudad, y pregona contra ella, porque ha subido su maldad delante de mí”. Jonás 1:2.
Repasando el relato de Jonás -Yoná en hebreo-, el cual, como los demás textos del estilo de la biblia, dejan tan valiosas enseñanzas y además de carácter atemporal, se puede incluso llegar a un minucioso análisis contemporáneo. Es el caso preciso, el análisis del Zohar –libro del esplendor- escrito por Shimon bar Yojai en el siglo II, tal como, la interpretación realizada por el gran Gaón de Vilna, un sabio lituano del siglo XVIII, de un gran valor filosófico, místico, religioso y espiritual, donde todos podemos ser Jonás.
Para el mencionado erudito del Talmud y de la Cábala, Jonás son todos aquellos seres que en una gran cantidad de casos temen enfrentar su verdadera misión en la vida. Es el alma, que huye de su deber. Así fue que, Dios ordenó al profeta Yoná, ir a Nínive, la capital Asiria, donde todo tipo de cosas non sanctum sucedían día a día.
El Dios de Israel, al concebir que su profeta elegido, en vez de dirigirse a dar el mensaje a los impíos, pues su inmoralidad había llegado hasta Él, había zarpado ipso facto a Yafo y Tarshish, lugares que significan respectivamente en sentido etimológico: belleza y, joyas o riqueza. Dejando en evidencia que lo que persigue el alma son estos atributos, mientras que la misión especifica por la cual fue enviada a la tierra, es constantemente rechazada y olvidada.
Ante la testarudez y la negligencia de Jonás, Dios envía una tempestad al navío en el cual iba, hasta que la embarcación no tiene más remedio que echar por la borda al profeta. Yoná intento perder a la Presencia Divina, pero un gran pez lo encontró y lo comió. Yoná, hijo de Amitay (de la raíz Emet que significa verdad), es decir, hijo de Dios, es el alma que se encuentra en un constante viaje por este mundo, con el fin de reparar eso en especifico que cada una en todo momento histórico ha de perfeccionar.
Durante tres días y tres noches estuvo Jonás dentro del gran pez, descrito luego como una ballena, más, era un animal marino, designado por Dios, para esta usanza. Así, analizan los sabios expertos en el tema místico y espiritual, que el alma tiene un periodo de reflexión y de retrospección, que empezaría con tres días, los cuales servirían para que esta alma entienda que no hizo lo que debía hacer.
Solo queda la reencarnación como vehículo posible para que el alma se rectifique, al menos esa parte que fallo, esa sección imperfecta del alma que aún queda, pues su testarudez y su intransigencia, orgullo y negligencia la llevaron por senderos diferentes a los de su propio fin; es decir, ella misma se alejó de su misión en este mundo; por lo que, no tendrá otra opción que la de regresar en otra vida para que ahora si pueda cumplir con su objetivo. Claro, teniendo en cuenta que con cada “nuevo viaje”, la dificultad de saber y comprender lo que deberá hacer, se arrecia.
@davidrosenthaal