“El Hormiguero” es desde hace ya muchísimos años el programa más visto de la televisión española sin discusión alguna. Con una media de espectadores que cada noche supera los dos millones, y que en sus mejores programas ha llegado a rozar los cinco, han encontrado la fórmula secreta, con entrevistas a invitados de muchos quilates, un atractivo número de ciencia que cierra la emisión y la divertida participación de dos hormigas títere, para convertirse en el mayor escaparate publicitario de todo el país. Sabiéndose poseedor de aquel poder mediático, la semana pasada “El Hormiguero” sorprendió al país al anunciar su próximo reto para la nueva temporada que acaba de empezar: salvar el cine.
Así pues, con Rafael Nadal a su lado y en pleno fervor del minuto dorado de audiencia, el presentador Pablo Motos anunció que cada persona que fuera a ver una película desde entonces y hasta principios de octubre podría registrar su boleta para participar en el sorteo de una casa avaluada en 300.000€ (algo como $1.500 millones) en el costero municipio alicantino de Torrevieja. La apuesta es alta porque la situación es crítica ya que, si la tendencia se mantiene, 2024 podría cerrar como el peor año para los teatros de España desde hace dos décadas. Facturando de media un 25% menos de lo ingresado en 2023, a pesar del superlativo desempeño de “Intensamente 2” que ha conseguido colarse en el top 10 de recaudación histórica, es el momento de medidas desesperadas.
Si cinco años atrás, cuando el planeta se paralizó en masa esperando que Los Vengadores rescataran a la humanidad de Thanos, nos hubiesen dicho que un lustro después tendríamos que regalar casas en horario AAA para que la gente llenara las salas de proyección, muy seguramente habríamos creído que se referían a otra Tierra, una más triste y desesperanzadora, extraviada en algún rincón remoto del multiverso. Nadie nos podía preparar para lo que vendría después ni la amenaza a la que nos enfrentamos ahora, la de un mundo sin cines, sometidos por el demoledor asalto pandémico de las plataformas de streaming, ante la connivencia del sofá y la cobija.
Imaginar una sociedad en la que sus cinemas han desaparecido puede resultar tan descabellado como concebir una sin librerías o auditorios de conciertos, pero seguramente alguien también escribió lo mismo en los albores del milenio respecto de las tiendas de discos y así les fue, por lo que cualquier cosa puede pasar. Aunque si algo nos enseñó la bacanal fílmica que se vivió el año pasado con el fenómeno Barbenheimer es que el público cinéfilo sigue allí, justo donde lo dejamos antes del virus, dispuesto a gastar el dinero para vivir una experiencia visual y colectiva que sus televisores nunca serán capaces de replicar. Lo único que necesitan es un motivo y ahí estarán para responder al llamado de la cultura.
Por ahora, falta ver si un casoplón playero con piscina privada es una excusa suficientemente buena para que los españoles vuelvan al cine y juntos como hormigas carreteen a una industria que bastante lo necesita.