No es la primera vez que, por una trampa visual, la letra M de la revista Time acaba convertida en un par de cuernos que emergen -unas veces tímidos y otras desafiantes- tras la cabeza de algún famoso personaje. Antes que Donald Trump -calificado como “hombre del año” por el magazine estadounidense- esa suerte la corrieron Jesús y Darth Vader, Margareth Thatcher y Vladimir Putin, Benedicto y Francisco, Bill y Hillary Clinton. Así que los cuernos son lo de menos. Lo más diciente de la última portada de la revista Time es el raído espaldar del sillón en el que posa el magnate, ligeramente vuelto hacia el lector, y acompañado de un epígrafe que lo identifica como presidente de los Estados Divididos de América.
Sin haber tomado aún posesión de su cargo, Trump ha causado ya varias conmociones, y anticipa un estilo que poco tiene que envidiarle a las repúblicas bananeras que mira con desprecio. Gobierna por medio de Twitter, y aprovecha la red social para enzarzarse en toda suerte de polémicas y disputas, y para denigrar a críticos y detractores. Vinculó tres antiguos oficiales del Ejército a su gabinete, y otros más tiene en remojo para altas posiciones gubernamentales. Su Ejecutivo es uno de los menos diversos desde hace cincuenta años. Designó un reconocido negacionista del cambio climático como director de la Agencia de Protección Ambiental. Se auto-proclamó exento de todo conflicto de interés por razón de sus negocios. Parece alentar a sus vástagos a medrar aprovechando su cercanía con la Casa Blanca, y declaró su intención de seguir produciendo su espectáculo-realidad televisivo. Agitó las aguas con China, preocupó a sus aliados europeos, fue saludado con alegría por los tiranuelos africanos, y dejó pendiendo de un hilo el TPP y el TTIP. Angustiados, estudiosos y analistas se preguntan si la Constitución de Filadelfia y el orden internacional liberal lograrán sobrevivir al 45° presidente de los Estados Unidos.
Por eso el raído espaldar del sillón de Trump es tan diciente. Porque representa el estado en que se encuentran tanto el sistema político estadounidense como el orden mundial que Washington y sus socios de Occidente lideraron en el pasado. Y porque Trump no tiene ninguna intención de repararlo. Por el contrario: hará de él la marca de su administración, mientras convierte el entretenimiento en forma de hacer política; mientras gobierna de espaldas a las instituciones republicanas, a la gente y al mundo; mientras la carcoma termina de hacer su trabajo y él entrega, en forma de polvo, su legado.
*Analista y profesor de Relaciones Internacionales