Parece un oxímoron, como muchos otros. Como “silencio atronador” (el de la izquierda latinoamericana frente a lo que ocurre en Venezuela); “secreto a voces” (la interferencia rusa en las últimas elecciones estadounidenses); “sol de medianoche” (el que desde el extranjero ilumina al presidente Santos, hace tiempo en el ocaso de la popularidad en su propio país); o como “realidad virtual” (en la que viven los que olvidan que las Farc, aunque desarmadas y convertidas en partido político, siguen siendo marxistas-leninistas, y por lo tanto, esencial y radicalmente antidemocráticas y antiliberales). Y como todos ellos, esa contradicción en los términos -“liderazgo sin líderes”- tiene un enorme poder descriptivo, y es acaso la mejor forma de explicar el mundo contemporáneo. Un mundo donde la definición de los más cruciales asuntos internacionales depende de protagonistas de ocasión, de cómplices menores y fortuitos entendimientos; antes que de la potencia material y simbólica, de la omnipresencia y la constante inspiración de un puñado de naciones a las que antaño se llamaba, con toda razón, “grandes potencias”.
Derek Chollet y Julie Smith -exfuncionarios de la administración Obama- acaban de publicar en el sitio web de la revista Foreign Policy una nota en que reprochan a Donald Trump haber confinado a los Estados Unidos a la “última fila” de la política internacional. Echan de menos el tiempo en que muchos países acudían a Washington en busca de respuestas y soluciones -una bendición, tanto como una carga, en la que residía el carácter verdaderamente excepcional de los Estados Unidos.
La responsabilidad de Trump es innegable, pero no exclusiva. La retirada de Estados Unidos de la “primera fila” empezó, precisamente, con el presidente a quien sirvieron Chollet y Smith. Aunque nunca fuera empleada por él personalmente, durante su gobierno hizo carrera la expresión “liderar desde la retaguardia”, convertida en epítome de su política exterior. Paradójicamente, el presidente de America First, tras escasos seis meses en la Casa Blanca, parece estar completando la tarea de su predecesor -a quien tanto denigra- y quizá pase a la historia por haber logrado todo lo contrario de lo que prometía… America Last.
Lo anterior, sin embargo, no significa que otros vayan a tomar pronto el relevo. Los tiempos de las superpotencias han quedado en el pasado. El de hoy es un mundo sin líderes, y no solo porque muchos gobernantes carezcan de cualquiera de las cualidades que hacen de un individuo un líder, sino porque ninguna nación puede reivindicar para sí la condición de líder por defecto, por antonomasia. Estados Unidos ya no es el líder del mundo libre (acaso ya no sea el líder de nada). Pero tampoco lo es Alemania. Rusia es, con esfuerzo, líder de sí misma. A China le falta mucho todavía para ocupar el espacio vacío que deja el progresivo ensimismamiento (no aislacionismo) de Estados Unidos, y tiene incluso problemas para asegurar su primacía en su proximidad inmediata. Y ninguno de ellos sabe exactamente cómo lidiar -que suena parecido a liderar- con el régimen de Pyongyang.
Pero aunque no haya líderes, sí hay liderazgo. Para bien o para mal. Y aunque no para todo. Arabia Saudí liderando el boicoteo a Catar. México liderando la presión multilateral sobre Venezuela. Alemania liderando la respuesta europea ante el Brexit. Los kurdos liderando la presión sobre el Estado Islámico. Liderazgos ad hoc, liderazgos à la carte, liderazgos on demand, liderazgos de espectro reducido y con fecha de caducidad.
Es todavía temprano para saber qué efecto tendrá sobre la estabilidad y la seguridad internacionales esta nueva realidad. Acaso sea menos catastrófica de lo que algunos pronostican. No es, en todo caso, una condición sin precedentes. Pero pasarán varios años antes de que gobernantes, estrategas y analistas se adapten a ella. Será necesario desaprender un montón de supuestos y aprender otros nuevos. Y ahí está el riesgo: en sufrir de déficit de atención, de dislexia o discalculia… O de cualquier otro problema de aprendizaje geopolítico.
*Profesor y director académico del Instituto H. Olózaga