La guerrilla de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia se ha convertido en el partido Fuerza Alternativa Revolucionaria del Común. El paso de las FARC a la FARC es el primero de la “reincorporación” política de esa organización armada ilegal y de sus integrantes, de conformidad con lo pactado en el Acuerdo Final y según lo establece el Acto Legislativo 03 del 23 de mayo de 2017, sobre el cual, por otra parte, aún no se ha pronunciado la Corte Constitucional.
(Sería tal vez más preciso hablar de “incorporación” y no de “reincorporación”, pues uno no se puede “reincorporar” a lo que nunca ha estado “incorporado”, y las Farc –en plural- nunca estuvieron integradas al sistema político democrático… Pero en fin, el Acuerdo y el Acto Legislativo dicen “reincorporación”, y esa es una de muchas concesiones que, incluso en el plano del lenguaje, se hicieron en La Habana.
No es la primera vez que una guerrilla hace el tránsito de organización armada a organización política. Ha ocurrido en Irlanda del Norte, Líbano, Burundi, Guatemala y El Salvador. Y también pasó así con el M-19, convertido en Alianza Democrática.
Esa transición no es nunca fácil, ni para la organización que la emprende ni para la sociedad en la que se produce. No puede haber “reincorporación” exitosa sin una “dejación” de armas efectiva, integral y definitiva. (Lo de “dejación” es también otra concesión hecha en La Habana). A partir de ahí empieza el complejo proceso a través del cual la antigua guerrilla podrá llegar a establecerse y consolidarse como competidor político más o menos duradero, como ocurrió por ejemplo con el FMLN, que llegó al poder en El Salvador en 2009, 17 años después de la firma de los Acuerdos de Paz de Chapultepec.
El éxito de la transición de la vía armada a la vía política depende también de otros factores. Para empezar, depende de la popularidad que tenga el grupo armado al tiempo del Acuerdo y del inicio de su implementación. En segundo lugar, del curso que tome el proceso de desarme, desmovilización y reintegración -la existencia de disidencias armadas es un factor que afecta significativamente las perspectivas de “reincorporación” política-. También del eficaz y creíble funcionamiento de los mecanismos de justicia transicional y de la depuración resultante de ellos. Cuarto: de la capacidad de la organización para mantener su cohesión interna y ajustar su lógica de acción al escenario político, así como de adaptar su ideología a realidades de las que la confrontación armada ha podido mantenerla alejada. En este sentido, tener alguna experiencia política previa y de trabajo con las comunidades es también importante, pues ésta facilita el ajuste y la adaptación. Por último, disponer de socios en el establecimiento también puede coadyuvar a la transición.
Acaso la FARC (en singular) tengan a su favor algunos de estos elementos. Pero aún tienen un largo camino que recorrer. Ese camino supone demostrarle al país, fehacientemente, que han renunciado a la violencia y al narcotráfico; que asumen la responsabilidad por su pasado; que aceptan y reconocen las reglas del juego democrático; que su financiamiento no se nutrirá de actividades ilegales; y que no tienen ningún lazo con los nuevos grupos armados criminales que han surgido en los últimos tiempos y campean a sus anchas en sus antiguas zonas de influencia.
Por ahora hay muy poca autocrítica y aceptación de responsabilidad. Muy poca contribución efectiva al esfuerzo para enfrentar el problema de la droga. Muy poca honestidad en cuanto al inventario de sus bienes ilícitamente adquiridos. Muy poco reconocimiento de las reglas de juego -muchas de ellas subvertidas para su beneficio y privilegio-. Ninguna vocación democrática -como no sea la huera retórica de “las comunidades” cuya representación se auto-atribuyen y quieren capturar-. Por el contrario, la misma soberbia, la misma lógica de guerra, el mismo marxismo-leninismo de talante autoritario y totalitario. En el fondo, las mismas FARC (en plural) ya conocidas.
*Analista y profesor de Relaciones Internacionales