Una Suiza diferente
Regreso, después de 18 años de no visitarla, a la hermosa Suiza de montañas imponentes y lagos glaciales, y encuentro un país bien diferente a aquel que yo conocía.
La gente en las calles ya no es la que uno encontraba antes, en su mayoría de piel clara, tradicionales en todo, de costumbres muy conservadoras. Hoy, las ciudades son una amalgama de razas, colores y costumbres. Da la impresión de que los inmigrantes: africanos, árabes, indios, paquistaníes y suramericanos, se han tomado las ciudades. Aquí y allá se ven mujeres musulmanas cubiertas de pies a cabeza por el chador negro, o las hindúes, vestidas con sus coloridos saris, o marroquíes con sus largas chilabas.
Los restaurantes de comida india y árabe, antes completamente desconocidos en este país alpino, hoy son más abundantes que los de comidas típicas de la región. Para encontrar un lugar para disfrutar de una buena fondue o una racleta, hay que buscarlo en las guías turísticas.
El orden y la limpieza absoluta, que caracterizaba las ciudades suizas, ya no es tan perfecto y la gente, antes seca pero amable, es ahora menos amable, casi agresiva y, en algunos casos, grosera. No parecen estar contentos.
La seguridad de antes ya no existe. Hay que cerrar todo con llave, no se puede dejar nada entre los carros y, en general, hay que tener cuidado, como en cualquier lugar del mundo. Esto ya no es un oasis de seguridad que solía ser.
Abundan en las calles los carteles políticos invitando a los suizos a no aprobar reformas propuestas por la comunidad europea. Para muchos estas propuestas limitan y alteran la forma de ser a la que están acostumbrados.
No es raro ver suásticas pintadas en las paredes, los movimientos fascistas aquí, igual que en toda Europa, son una creciente realidad. Los inmigrantes, aunque han traído su vitalidad y capacidad de trabajo, son vistos por muchos como los causantes del deterioro de las costumbres, el orden y la seguridad.
Para los tradicionales suizos no es fácil aceptar tanto cambio, muchos añoran el pasado.
Suiza tampoco es inmune al “pánico” económico, y utilizo la palabra “pánico” con todo su sentido, que se siente en el resto de Europa. El posible colapso del euro tiene al continente al borde de un ataque de nervios y con mucha razón.
En algo que no ha cambiado es que sigue siendo uno de los países más caros del mundo. La comida, los hoteles, la ropa, aun la más barata que uno ve en las vitrinas de los almacenes populares, tienen unos precios exorbitantes.
Algunos suizos amigos me habían advertido del cambio; tenían razón. Esta es una Suiza diferente, cambiada, quizás más semejante a sus vecinos. Sus fronteras se han disuelto y hoy ya no es el oasis que era antes. Pero su belleza no dejará jamás de deslumbrarme.