Colombia es hermosa. La costa Caribe, con sus ciudades plenas de color y baile, contagian a cualquiera con su alegría. ¡Y, cómo se come! las arepa’ehuevo y las carimañolas, el arroz con coco acompañado de pescado fresco, o posta negra con suculentos plátanos en tentación, ¡todo como para chuparse los dedos! Aquí también degustamos la mejor comida árabe del país, herencia de los “turcos” que hace años nos trajeron tantas cosas buenas. Hace poco estuve en Cartagena y, sinceramente, encuentro la oferta gourmet de la ciudad de un nivel internacional difícil de igualar.
De Cartagena a Barú, a 14,5 km., pasando el puente sobre el Canal del Dique, está el Aviario Nacional, ¡es espectacular! Uno de los mejores que he visto en el mundo. A la entrada una torre colmada de guacamayas, que vuelan libres de un lado al otro, nos dio la bienvenida. En varias hectáreas hay cientos de aves de montaña, llanura, desierto, manglar y bosque; hasta una enorme águila arpía, que mira imponente y amenazante desde su hábitat.
Del Caribe pasamos al Huila, allí visitamos las represas de Betania y El Quimbo. En Gigante, admiramos la ceiba más grande de Colombia, cargada de orquídeas. En Algeciras nos deleitamos comprando quesillos frescos y achiras recién horneadas. Pero los lugares imperdibles son: San Agustín, enclave arqueológico de gran interés y misterio, y el desierto de la Tatacoa, por sus noches repletas de estrellas, aire prístino y naturaleza impoluta.
Quizá lo mejor de Colombia son sus bellos pueblos, salpicados por todo el país como un regalo del cielo; donde en cada esquina se siente el aroma a café, el pan recién horneado, o la fritura de buñuelos redonditos, o doradas empanadas. Pueblos de iglesias y plazas coloniales, calles adoquinadas, balcones y portones de madera tallada o pintada, cargados de flores. Verdaderas joyas respetadas por el tiempo que no robó su encanto, su acento, su sabor, ni su música de “carrilera”, que parece salir de cada ventana o cada tienda.
A un par de horas de Bogotá, Boyacá nos deleita con docenas de poblaciones. Villa de Leyva nos acoge con su histórica tradición; Paipa con sus termales, y en todo lugar, los asados de cabrito y cerdo, las arepas y las sopas boyacenses.
Cerca de Medellín, Santa Fe de Antioquia, al borde del rio Cauca y Jericó, en medio de las montañas, son solo una muestra de la belleza de muchísimos pueblos antioqueños. Lo mismo pasa en la zona cafetera; Salento, a la entrada del Valle de Cócora, lugar de las estilizadas palmas de cera y el magnífico mariposario del Jardín Botánico del Quindío, son otros imperdibles de nuestra bella Colombia.
Al Norte, en Santander, Girón y Barichara, mas historia y tradición; además, las deliciosas hormigas culonas, que saben a maní bien tostado, el mute de maíz, el cabrito y la pepitoria de arroz y sangre.
Se me acabó el espacio y me quedan tantos lugares hermosos por recomendar. Los pueblos de la cuenca del Magdalena, como la hermosa Mompox, con ese calor inolvidable. Y el Pacifico colombiano, de inmensas y solitarias playas negras, besadas por la selva, desde donde se observan las ballenas yubartas en sus “parideros”, y cuyo canto se confunde con rumor de las olas.
Mi bella Colombia, hay que conocerla para amarla. Qué este sea el propósito perfecto para el 2017.