Muerte y ‘resurrección’ del Libertador | El Nuevo Siglo
Viernes, 18 de Diciembre de 2020

En ocasión del fallecimiento del Libertador Simón Bolívar, en Santa Marta, el 17 de diciembre de 1830, salieron breves comentarios en la prensa colombiana y del exterior. La mayoría para cumplir con un rito, una especie de saludo a la bandera en el que se repiten las versiones protocolarias del deceso.

Entre lo escrito en ocasión de su desplazamiento de Bogotá al Atlántico, se sale de lo manido lo que publica contextomedia.com, sobre el arribo durante el viaje un mes antes a Barranquilla, el 8 de noviembre de 1830.  El relato de Jorge Villalón, sobre la Barranquilla de unos 10.000 habitantes que recibe al Libertador, es bien interesante y menciona la instancia anterior que hizo el 23 de agosto de 1820, cuando se aloja en la casa de un escocés, del cual omite el nombre. En esa última oportunidad viaja en el coche de su anfitrión Bartolomé Molinares, próspero comerciante que vivía por San Nicolás. En la ciudad lo recibe don Pedro Juan Visbal, que se destaca entre la minoría prominente del lugar, quien con su esposa lo colman de atenciones. Pese a que, como comenta la crónica y se comprueba por una carta del ilustre viajero, en ese puerto los buenos manjares y bebidas escaseaban, por lo que el Libertador envía mensajes a sus hombres en Cartagena y Santa Marta, para que le consigan las mejores viandas, incluso pan. La residencia estaba por la calle Atocha, después Camellón Abello, y, finalmente, en honor del héroe: Paseo Bolívar. 

En su último viaje a lo largo del río Magdalena, la poblada de todas las edades sale entusiasta a rendirle homenaje y rogarle que no abandona el poder. El gran hombre se enternece de emoción al ser colmado de afecto tan inmenso que brota espontáneo en todas las clases sociales a su favor. La población rechaza que su “caudillo” dejase el gobierno. Eso no cabía en el caletre de las gentes sencillas, que no conocían de otro hombre que en estas tierras hubiese invocado la libertad, el orden, la grandeza y liberado a los esclavos como fórmula de la política republicana que deseaba implantar en este medio exótico, en donde por trescientos años había imperado la voluntad real y cierta formula democrática a la española en los cabildos.  

Recordemos que es tan interesante para la historia y la vida del Libertador, la caída de la Primera República de Venezuela,  con la terrible pérdida de la Fortaleza de  Puerto Cabello, incluso con la entrega a los realistas de su antiguo jefe, el Precursor Francisco de Miranda, el mayor adversario del Imperio Español. Horrible episodio de tragedia griega cuando el alumno elimina a su maestro, más, está vez, por el engaño de sus compañeros de armas que venden la tesis de que el Precursor era un traidor. Algo impensable y absurdo. 

En fin, es en 1812 y en el Manifiesto de Cartagena, en donde el genio de Bolívar brota por torrentes de elocuencia por primera vez en un documento público de enorme trascendencia, del notable estadista y guerrero, que se sacude del pensamiento de los jacobinos franceses y lo que se conocerá como liberalismo utópico, ambos de moda. A partir de entonces, encarna la llama de la guerra de liberación, para después consagrarse a crear republicas y dotarlas de instituciones democráticas y autoritarias por excepción, dilema que lo perturba, dubitativo sobre la madurez política de nuestros pueblos. 

El Libertador decía sobre su vida que tres majaderos habían existido, “Jesucristo, el Quijote y yo”. Muere de pena moral en Santa Marta, atendido por un aristócrata español, afligido por la traición y el asesinato del mariscal Antonio José de Sucre, quien meses atrás había salvado la integridad de Colombia y presidido el Congreso Admirable, por lo que no dejaba un sucesor de talla continental. Al morir en Santa Marta la noticia se expande como pólvora por el mundo. Entonces, como comentábamos con Zarita Abello, en la Quinta de San Pedro Alejandrino, el Libertador ‘resucita’ ese mismo día a la inmortalidad y la grandeza de la historia universal, para codearse con Alejandro, César y Napoleón.