Misterio de Dios-Amor
El misterio trinitario es un misterio de Dios-Amor. Esto es evidente en las lecturas de la liturgia. Dios-Amor interviene con mano fuerte y brazo poderoso para sacar a su pueblo de Egipto, símbolo de servidumbre y opresión (primera lectura, Deut 4, 32-34.39-40). Dios-Amor regala a sus discípulos una misión maravillosa y les asegura su compañía a lo largo de los siglos (evangelio, Mt 28, 16-20). Dios-Amor hace a los hombres sus hijos adoptivos para que puedan clamar con Jesucristo: "abba", es decir, "Padre" (segunda, Rom 8, 14-17).
Tras una preparación secular Dios consideró que el hombre estaba capacitado para recibir la revelación de su vida íntima, de su misterio trinitario. Dios-Amor envía a su Hijo para que nos descorra algo el velo de su misteriosa intimidad, y el Espíritu Santo nos instruye interiormente para que no seamos necios ni quedemos ofuscados o ciegos ante tanto resplandor divino. El Dios de Jesucristo es ante todo un Dios de donación: el Padre nos dona a su Hijo, el Padre y el Hijo nos donan su Espíritu, el Padre, Hijo y Espíritu nos donan su propia vida haciéndonos hijos de Dios.
En todas las épocas ha sido verdad que si Dios no existe, habrá que inventarlo. Y así ha sido efectivamente. No hay pueblo ni cultura, desde la más primitiva hasta la más avanzada, que no se haya fabricado sus dioses. La historia de las religiones da fe de ello. Ni siquiera los ateos están exentos de esta ley. Ellos cambiarán el rostro de sus ídolos, divinizarán al "Partido", darán culto al "Jefe", lucharán por plantar el cielo en la tierra... Es evidente que no se puede asesinar eso que el hombre lleva inscrito en su misma naturaleza. En la historia humana, las generaciones han visto caer muchos ídolos, pero surgen otros nuevos. En el momento en que nos toca vivir, los ídolos creados por el comunismo han caído estrepitosamente, se derrumban otros ídolos como la técnica, el progreso, el dinero, el erotismo... Estamos en un momento muy propicio para que los cristianos hablemos al mundo no de ídolos, sino del Dios único y verdadero, que nos ha revelado Jesucristo.
Posiblemente, los cristianos no hacemos visible a Dios, porque no tenemos una experiencia viva de Él. La justicia se hace visible en un hombre justo, la verdad en un hombre veraz, el amor en un hombre que ama realmente, pues de esa misma manera Dios se hace visible en un hombre que ha experimentado el amor, la ternura, la grandeza y belleza de Dios. ¿No es verdad que cada cristiano debería ser como un ostensorio del Dios viviente, del Amor trinitario? Si Dios no está más presente en nuestro mundo, no nos desalentemos. Digámonos: "Es hora de esfuerzos, es hora de responsabilidad". ¡Manos a la obra! /Fuente: Catholic.net