Este fin de año es época propicia para hacer pronósticos de lo que será el año entrante.
Nos espera en Colombia un año de razonable crecimiento económico, que, aunque no es para echar la casa por la ventana, estará entre 3%-3,4%. Uno de los mejores de la región, pero muy similar al que tuvimos en el año que termina.
La inflación, que es definitivamente el mejor indicador de que disponemos, seguirá bajo control y dentro de las metas-franjas del Banco de la República: entre 3%-4%.
Será el 2020 otro año de insatisfactorio comportamiento del mercado laboral: el desempleo seguirá alto y estadísticamente seguiremos viendo destrucción de empleo como se presenció a lo largo del año que termina.
El problema laboral seguirá siendo de baja oferta laboral (poca generación de nuevos puestos de trabajo) más que de alta demanda por empleos. La tasa de participación seguirá a la baja. La gente se empieza a fatigar de buscar trabajo.
El déficit en la cuenta corriente seguirá alto: entre 4%-5% del PIB. Este es quizás el nubarrón más inquietante de la economía colombiana.
Soy muy escéptico de que el gobierno logre sacar adelante la reforma laboral y, sobre todo, la pensional de la que tanto ha hablado. Su idea de concertar estos temas en el seno del comité tripartito (trabajadores, empresarios y gobierno) puede resultar una vana ilusión. O una mera “lluvia de ideas”.
El gobierno debe llevar sus propuestas al Congreso y allí buscar unas mayorías suficientes para aprobar estas dos reformas fundamentales. Al gobierno lo cogió la noche para ello. El haber tenido que postergar por cerca de un año estas reformas cruciales para abrirle espacio parlamentario a la ley de financiamiento resultó nefasto.
No puede descartarse que a lo largo del 2020 se desnude la grave crisis fiscal que estamos viviendo, aún con la aprobación de la ley de financiamiento. Hasta el momento ha estado asordinada. Pero las agencias de calificación internacionales están muy alerta y no podemos descartar una desagradable sorpresa en este frente.
El gobierno sigue aturdido y desorientado sobre cómo manejar el malestar social que explotó en el país con gran fuerza durante el segundo semestre del 2019.
No se ve claro que el paro (que arrancará el 2020 vivo) y la famosa “conversación nacional” vayan para ninguna parte. El tema está “amorcillado” como se dice en el leguaje taurino. Corremos el riesgo de caer durante el año que despunta en el marasmo de un “estado dialogante”, estéril e ineficaz, como decía Álvaro Gómez.
A nivel internacional casi todos los observadores pronostican una desaceleración aunque no una recesión de la economía Norteamericana para el año entrante. Que será, recordémoslo, de elecciones en Estados Unidos.
El 60% de los bancos centrales a lo largo y ancho del mundo están practicando una política de bajas tasas de interés. Ello denota un temor generalizado a una desaceleración mundial que sigue sombreando en el horizonte internacional. Sobre todo, si el contencioso comercial entre Estados Unidos y China no se soluciona definitivamente.
Mis agradecimientos a los pacientes lectores de esta columna; y a todos ellos los mejores deseos para un próspero año 2020.