Joaquín Sabina pasó por Bogotá como una ráfaga y dejó una estela de emoción flotando sobre la ciudad. Qué noche tan emotiva, para él y para el público. Después de varios años sin subirse a un escenario, luego del aparatoso accidente que viviera en Madrid, a principios del 2020, el Movistar Arena estaba a reventar el miércoles pasado. 14.000 personas, fundidas en una sola voz, cantaron con él desde la primera hasta la última canción y se entregaron por entero, en comunión, a la travesía poética de sus canciones.
Escuchar, y sobre todo cantar, a Sabina es siempre una experiencia liberadora. Ponerse en el lugar de él y de sus personajes es confrontar lo establecido y pasarse a vivir a otras historias, sin moverse del asiento; como probarse mil sombreros y aventurarse por caminos que de otra manera sería imposible transitar. Cada frase resuena en un lugar íntimo y habla de lo que uno es, o de lo que uno quisiera ser y no puede, o no quiere, o no se atreve.
Sabina cantó una selección de sus canciones más representativas y en dos horas nos llevó a sus quinientas noches, al bulevar de los sueños rotos y a la orilla de la chimenea. Así nos dieron las diez; más no se podía pedir. Gracias Sabina, viejo truhan, capitán de este barco a la deriva en la imaginación. Despojarse de las ataduras; cambiar de casa, de oficio y de amor; cambiar de nombre en cada aduana e instalarse a vivir en el presente fue el sueño perfecto de una noche perfecta. Todos sabíamos que, al día siguiente, con el sol, volveríamos a la rutina segura, el trabajo, la comida caliente y los recibos por pagar. Sí, despertar es el precio que pagamos por soñar.
En medio de la emoción de regresar, de ver el sitio lleno, de escuchar en coro sus canciones y comprobar que el olvido no se había olvidado de él, Sabina agradeció a Macondo y recordó a su amigo El Gabo, como le dicen en México a nuestro Gabo. También habló de Juan Gabriel Vásquez, “el más grande en lengua española”, dijo, y fue imposible no sentir orgullo de este, nuestro país de la palabra; la versión que más me gusta de Colombia. Entonces, volví a pensar que Joaquín Sabina es, sobre todos sus sombreros, un escritor que compone y canta historias, un juglar en el sentido más preciso y precioso del término; aunque él lo niegue todo.
En medio de la atmósfera íntima que logró crear con su banda, y los 14.000 coristas, había un dejo de nostalgia y cierto tufillo a despedida. Ojalá, y contra todo pronóstico, sea solo una impresión. Ojalá resuenen para siempre las palabras sencillas y llanas de este hombre agudo que no se resigna a lo convencional, que siempre dice lo que piensa, que sospecha de las buenas costumbres, que es capaz de burlarse de sí mismo y que puede ver el mundo a través de sus matices y contradicciones. Ojalá.
@tatianaduplat