Cuando todo se vuelve gris yo pienso en El Hombre que Plantaba Árboles, un cuento escrito por Jean Giono en 1953. Es la historia de un pastor que se dedica a restaurar un paraje ruinoso en Francia. La trama empieza en 1910 y termina en 1947, mientras Europa afronta el horror de las dos guerras. Durante cuatro décadas, él se dedica pacientemente a recolectar bellotas y sembrarlas a su paso. Así logra convertir el desolado lugar en un fértil y frondoso valle. Cuando acaba la Segunda Guerra Mundial, el sitio vuelve a poblarse sin que nadie imagine su silenciosa labor.
Cada vez que en Colombia la vida se vuelve difícil, para no desesperar ni caer en la desesperanza, yo me aferro a la metáfora de plantar bellotas. El daño que causa la violencia no se cuenta solamente en pérdidas humanas y materiales, sino en el intangible pesimismo que es contagioso y paralizante. La violencia, sin importar quién la ejerza, no solo rompe los lazos entre las personas, sino la confianza que tiene cada quien en sí mismo, en los demás y en el futuro. Ahí es cuando toca buscar las bellotas.
Después de mes y medio en paro, no es claro si alguien ha ganado algo. La muerte se pasea por las calles de la mano del coronavirus, entre las balas, las piedras y los destrozos, mientras que la polarización se acentúa y algunos se preguntan con sorna para qué la visita de la CIDH. La solución, en manos de un puñado de intransigentes, se ve lejana. La nula disposición al diálogo, de parte y parte, no presagia nada bueno. El hecho es que hoy somos una sociedad aún más dividida y el desconsuelo empieza a ser generalizado. Tener esperanza se vuelve, entonces, un acto de resistencia.
Cada quien tiene a su mano, y a su paso, algo para sembrar. Mientras los que pueden resolver esta situación, optan por hacerlo; el resto puede decidir no jugar el juego de la polarización. No tenemos que pensar igual, ni siquiera tenemos que estar de acuerdo. Solo tenemos que aprender a hablar y a escuchar para encontrar puntos comunes; eso sí depende de nosotros. Cada cual puede decidir sembrar sus propias bellotas, las que guarda en el bolsillo y las que va encontrando en el camino; trabajar junto a otros, emprender proyectos, ser solidario con los más vulnerables, esforzarse por entender qué es lo que pasa, no ser idiota útil a los propósitos de los guerreros y sumar, nunca restar.
Aquel viejo pastor no podía parar la guerra, eso estaba completamente fuera de su alcance; pero pudo sembrar y, sobre todo, decidió creer. Así resistió. No sabía si llegaría a ver el bosque renacido, pero el solo acto de plantar le dio sentido a su presente y lo aferró a la idea de un mejor futuro, para sí mismo y para los demás. La situación hoy, aquí, no es diferente para muchos de nosotros; tal vez sea este el momento de sembrar bellotas.
@tatianaduplat