Entre los siglos XVI y XIX, 12 millones de personas fueron raptadas en África, trasladadas a América, esclavizadas y sometidas a las peores torturas. En Colombia cerca de 50.000 personas fueron secuestradas en los últimos 60 años y más de 14 mil menores fueron reclutados forzosamente en las últimas dos décadas. Hoy más de 12 millones de personas en el mundo son sometidas a trabajos forzados y más de 4 millones son víctimas del delito de trata. Más de 4 millones de niñas están en riesgo de ser víctimas de mutilación genital, 60 millones de mujeres han sido forzadas a casarse y millones más son obligadas a cubrir completamente sus cuerpos. No hay derecho.
El mundo, nuestro propio mundo, es menos libre de lo que pensamos y la dignidad humana es más vulnerable de lo que quisiéramos. En todos los ejemplos mencionados, lejanos o cercanos, alguien siempre se sintió dueño de otro, al punto de disponer de su cuerpo y hasta de su propia vida. En todos estos casos las personas fueron vulneradas en su condición humana y tratadas como objetos. Los seres humanos fueron despojados del control sobre lo más íntimo de su ser, su propio cuerpo; y se volvieron cosas sobre las que alguien más pudo disponer. Porque sí.
Las justificaciones de estos hechos atroces han sido tan variadas como las mismas formas de violencia: porque es la costumbre, porque así lo requería el sistema económico, porque así es la guerra, porque así es la vida, porque lo dictan las leyes, porque lo establece alguna religión o, simplemente, porque alguien tiene el poder de hacerlo y no hay quién lo detenga. Porque sí. O peor, porque para muchos es normal. Querer controlar el cuerpo de los demás, y hacerlo ver como algo normal, ha sido la forma más obscena y violenta de ejercer poder.
La libertad de decidir qué hacer con el cuerpo, a dónde ir, con quién estar, cómo vivir y cómo morir, parece inherente a la condición humana; sin embargo no es así. Especialmente para las mujeres no lo ha sido. Para muchas, reivindicar el derecho a decidir sobre el cuerpo es una lucha que puede costar hasta la vida misma. La posibilidad de vestirse libremente, salir a la calle a cualquier hora, ser flaca o gorda, tener el pelo largo o corto, tatuarse, usar adornos, enamorarse de hombres o de mujeres, tener sexo o no, tener hijos o no; parece un privilegio reservado solo para unos.
En Colombia muchas mujeres, cientos de miles, son vulneradas y tratadas como objetos a disposición de otros. Porque sí. En lo que va corrido del año casi 25 mil mujeres y menores han sufrido la violencia sexual y más de 400 han sido víctimas de violencia feminicida. En todos los casos alguien se sintió dueño de ellas y con derecho a disponer de sus cuerpos, incluso, a veces, hasta causarles la muerte. No. No hay derecho. No es aceptable y, sobre todo, no es normal. Es tiempo de cambiar.
@tatianaduplat