El deseo de conocer tierras diferentes, explorar el pueblo vecino o el lugar más lejano del mundo, ha sido un sueño constante del hombre. Antes los impulsores de esa aventura fueron, la conquista, el descubrimiento de nuevas tierras, la expansión de las naciones, las religiones y el comercio, hoy es el turismo.
Fueron los grandes navegantes, las caravanas que atravesaron continentes transportando sus productos y los indómitos exploradores, los que nos abrieron el camino y nos llenaron la cabeza con imágenes, y fabulosas historias, de lugares asombrosos que retaban la resistencia humana y abrían nuevos horizontes.
Hoy somos muchos los que queremos seguir sus pasos; viajar y de alguna manera encontrar caminos y espacios nuevos. Pero somos tantos que se ha creado un “monstruo”, el turismo desbordado, que está impactando negativamente los lugares más hermosos del planeta.
20 millones de turistas recorrieron el mundo en 1950. Las dos guerras mundiales del siglo XX crearon el deseo de los combatientes a regresar a los lugares que conocieron. Así comenzó el turismo masivo. Para el 2020, según la Organización Mundial del Turismo, se esperan 1.600 millones de turistas, óigase bien ¡1.600 millones!
Una de cada tres personas viajará a disfrutar de mares, lagos y ríos, irá a escalar montañas a enfrentar desiertos, nieves y selvas, a conocer gentes diferentes, animales y vegetaciones maravillosos, a probar comidas, bebidas y música exóticas, a disfrutar de paisajes insólitos y museos y lugares arqueológicos que alimentarán su mente y lo harán partícipe de su historia.
Pero esta gran movilización mundial está afectando profundamente algunos lugares, lamentablemente, los más emblemáticos.
Venecia es quizá el ejemplo más fehaciente de la destrucción que trae el exceso de turistas. A esta ciudad, de sólo 54.000 habitantes, llegan 20 millones de turistas al año. ¡Ya no hay venecianos en Venecia! En sus lugares más hermosos, como la Plaza de San Marcos, el desgaste es enorme, el desorden y la aglomeración inaguantable. La ciudad se prepara para imponer duras restricciones a los visitantes. ¡Qué triste! Y así está sucediendo ya en muchos lugares.
En Cartagena, la llegada de cruceros con más de 2 mil personas, vista al comienzo como un triunfo se ha convertido en una pesadilla. Los turistas que bajan de los barcos gastan poco en los puertos que visitan, pues todo, comida, entretenimiento y compras, lo proporciona el crucero. Pero, su presencia inunda la ciudad de tal manera que, a veces, la paralizan.
Pasa igual, no solo en la mayoría de islas del Caribe, sino en las griegas, donde pueden llegar 4 o 5 barcos al tiempo (15.000 pasajeros), a pequeños pueblos, como Santorini, y entonces no hay por donde caminar, los habitantes locales se sienten agredidos y los turistas defraudados.
Los festivales, otros grandes promotores del turismo, hoy son tema de disgusto. En Villa de Leyva, Colombia, el Festival de Cometas, orgullo de la ciudad por décadas, es ahora motivo de desagrado por el mal comportamiento de los asistentes que “meten droga”, duermen en las calles y plazas y hacen sus necesidades en ellas.
El turismo es maravilloso pero hay que “domarlo”. Es indispensable tomar medidas inmediatas para detener la devastación turística a que está abocado. De otra manera, las generaciones futuras no conocerán nada de lo bello e histórico que hoy disfrutamos.