Nadie, ni el gobierno, los partidos políticos, los congresistas, los magistrados de las cortes, los jueces, ni siquiera la iglesia, nadie, o muy, pero muy pocos estamentos de la sociedad, escapan a la vergonzosa corrupción que parece haberse enraizado en Colombia.
Todo, hasta lo más sagrado, parece haberse corrompido. Hoy, en nuestro hermoso país todo se compra, o se vende. El honor ha desaparecido, es algo del pasado, de ese pasado cuando la palabra de una persona era sagrada y un apretón de mano bastaba para garantizarla.
La moral es una palabra que de acuerdo a muchos, tiene demasiada connotación religiosa y sistemáticamente ha sido eliminada del idioma diario. Se habla mucho de la ética, palabra considerada más seglar, que está de moda en los foros universitarios, pero realmente significa lo mismo que la moral ignorada y vapuleada por todos.
Enriquecerse rápido y a cualquier costo se volvió valido. Despilfarrar, o peor aún, robar los dineros del estado es lo normal. Comprar votos en campañas políticas es una práctica común y aceptable en gran parte del territorio. Aun, las más recientes campañas presidenciales están en entredicho por haber recibido dineros prohibidos.
Corporaciones internacionales vienen y ofrecen sobornos y prebendas a diestra y siniestra, y gracias a ello obtiene los más jugosos contratos, en detrimento del patrimonio nacional. De cada contrato se espera una tajada sustanciosa para el que tiene el poder para adjudicarlo.
Se compran magistrados de justicia y sus fallos, se aceptan sobornos como si eso fuera lo normal. Los carteles de testigos falsos son una bien conocida realidad.
En el reciente lanzamiento del nuevo partido político de las FARC, con el mayor cinismo, sus líderes denunciaron los escándalos recientes y se presentaron como los únicos impolutos en este chircal. ¡Que desvergüenza! Qué puede haber más corrupto y criminal que el secuestro que ellos practicaron durante décadas, negociando con vidas humanas de ancianos, hombres, mujeres y niños como si fueran pedazos de carne porcina. Y que tal el millonario negocio del narcotráfico que establecieron, dizque para financiar la guerra contra la democracia colombiana. Todos los crímenes que cometieron, sin excepción alguna, son la cúspide de la corrupción y son los que más impulsaron a que el país llegará al estado de descomposición actual.
Pero, estamos en la época de la posverdad, la otra verdad, llena de sofismas y cortinas de humo, o espejos cóncavos para manipular la realidad. Las guerrillas no secuestraron a miles, solo los retuvieron; no narcotraficaron, sino financiaron su supuesta guerra a favor del pueblo, el mismo que masacraron, violaron y desplazaron. Todo hoy certificado por un acuerdo lleno de falacias y azarosos espejismos. Sus crímenes han sido impunemente enterrados, sin que haya verdad.
Pero Colombia ha despertado y está hoy en pie de guerra contra la corrupción. Hay un clamor que exige investigación rápida, resolución de los casos, sentencias y castigos ejemplares contra los deshonestos.
Estoy completamente de acuerdo con aquellos que opinan que la lucha contra la corrupción no puede ser bandera electoral de unos. La lucha contra la corrupción debe ser un propósito nacional, como debe ser la lucha contra la pobreza y la inequidad. Un acuerdo nacional es el único camino. Una sociedad que repudie y deshonre a los sinvergüenzas. Una alianza entre los colombianos de bien que clausure la puerta a la corrupción.