Nadie sabe qué rumbo tomarán las cosas en Venezuela. En varias ocasiones se ha pronosticado el inminente colapso del chavismo. Tales pronósticos han obviado un dato esencial: regímenes como el chavista, fraguados en la crisis, frecuentemente medran cuando ésta se presenta, aunque no salgan completamente ilesos de ella.
Por esta razón, y debido a su profundo enquistamiento político, económico, social y cultural, su desmoronamiento se produce paulatinamente, más al modo de una progresiva erosión que como una avalancha, aunque al final el panorama sea igualmente desolador.
Es cierto que ahora hay cosas diferentes. La oposición controla el legislativo, que aunque baldado, refleja la voluntad ciudadana, cuyo monopolio ya no puede por tanto reclamar el oficialismo. La ominosa jurisprudencia del Tribunal Supremo que quiso desconocer esa realidad acabó costándole mucho al chavismo, hacia dentro y hacia afuera, incluso si se trató de un movimiento “fríamente calculado”.
En el plano internacional la soledad de Maduro es palmaria, y las muestras de solidaridad de las que alardea la canciller Rodríguez en twitter no la convencen ni a ella misma. Y finalmente, en este rápido balance, está el hecho de que por mucho que el Gobierno insista en negarlo, la economía del país, y con ella los medios de subsistencia de los venezolanos, han llegado al límite de sus posibilidades.
Y sin embargo, nada de esto basta para anticipar un rápido desenlace. Antes bien, alimenta la intuición de una agonía aún algo lenta, no exenta de terribles y dolorosos espasmos, incluso violentos. Lo único cierto es que al presente episodio del drama en que se ha convertido Venezuela, le quedan tantas páginas como días a Nicolás Maduro en Miraflores.
En ese sentido, tienen razón los que insisten en la llamada "salida electoral", pues es una de las fórmulas (y acaso, la más deseable) a través de las cuales el tiempo de Maduro podría acortarse. Pero sería un error creer que con ella el drama habrá llegado a su fin. Lejos de ser “la salida”, las elecciones serán tan sólo una “puerta”; una puerta que puede conducir a cualquier lado, y no necesariamente a la anhelada "salida".
Para que así sea, se requerirá mucho más que bravura: verdadero talento político, disposición al compromiso y la transacción, flexibilidad con las contrapartes (muchas, y algunas incomodas), y sacrificio de las aspiraciones personales en aras de un bien mayor. Es en eso en lo que deben ir pensando los líderes de la oposición, so pena de que, fuera Maduro, Venezuela siga encerrada en un callejón... sin salida.
*Analista político e internacionalista