El canciller Arreaza está atemorizado. Y Maduro también.
Han movilizado tropas, se muestran impacientes y exhiben sus armamentos.
Las calles han vuelto a inflamarse y, al igual que otros gobernantes del vecindario, el séquito de Miraflores aspira a que el Covid-19 desaliente la protesta social.
Pero lo cierto es que la debilidad estructural del régimen podría afectarse en grado sumo si el virus se propaga en Venezuela.
El sistema sanitario, absolutamente precario, podría colapsar prontamente.
El desabastecimiento crónico se agravaría y la población se vería en sometida a una cuarentena peor de la que ya existe.
Ni los rusos, ni los chinos (por supuesto) podrían acudir esta vez en auxilio del dictador y su camarilla.
Al constatar la desidia y la incompetencia estatal, las milicias y los colectivos ya no tendrían estímulos para defender la revolución casa por casa y calle por calle.
El generalato, como bastión del régimen, se vería sobrepasado muy pronto por una oficialidad joven que ya no resiste más tanto oprobio.
Y en tales condiciones, el alto mando solo tendría dos opciones: convertirse en una fuerza criminal peor que el propio virus, o facilitar una situación transformadora.
En cualquier caso, se generará una segunda gran avalancha migratoria hacia Brasil y Colombia en busca de atención médica, protección familiar y refugio.
Los desbordados sistemas de salud de estos países que con tanto esfuerzo han acogido a sus hermanos venezolanos ya no darían abasto.
Las redes del crimen organizado, las Farc y el Eln, harían todo lo posible por defender a su cómplice dictadura hasta el último momento incrementando así la desazón y la inestabilidad repentina.
En ese momento, las democracias del área tendrían que emprender una acción colectiva, una defensa legítima, una operación cooperativa y combinada.
En otras palabras, una operación humanitaria que, como es apenas obvio, tendría que estar respaldada por una fuerza interoperable, interagencialmente coordinada y contundentemente decisiva.
Operación que no podría estar destinada tan solo a garantizar la estabilidad del cordón transfronterizo.
Por el contrario, tendría que adentrarse en territorio venezolano hasta el Estado Bolívar, o La Guaira.
En definitiva, una operación que, centrando su atención en la seguridad tanto sanitaria como alimentaria, facilitaría la transición acelerada hacia la democracia.
Yo no sé si ese será el propósito que tienen los ejercicios “Vita” que desde la semana pasada y hasta el 20 de marzo están desarrollando las fuerzas militares de Colombia y los EU en La Guajira.
Lo único cierto es que las democracias tienen que estar preparadas para asumir sus responsabilidades solidariamente, sobre todo cuando las emergencias humanitarias y sociales de alta complejidad no dan espera.
En tal sentido, lo que en este momento está sucediendo en Carrizal, Tres Bocas, Porshina y Jojoncito, donde la población indígena recibe de las fuerzas colombo-norteamericanas servicios básicos de salud, medicina general, odontología, pediatría y cirugías programadas, es tan solo el comienzo.
El comienzo del retorno de Venezuela a la comunidad interamericana, a la prosperidad y a la Libertad Democrática, con mayúsculas.