Con todo y coronavirus, con todo y la pandemia lacerante que nos acecha cada día, los otros problemas permanecen y no dejan de amenazar en algunos casos, con sus ritmos crecientes de desempeño. Desafortunadamente estos últimos no sólo mantienen su propia dinámica, sino que en algunos casos actúan como caja de resonancia, como factores que promueven la multiplicación de la pandemia.
Entre ellos tenemos la inequidad, el desmantelamiento que se ha hecho de las entidades públicas, la pobreza que ahora amenaza con más ímpetu, dado entre otros factores el choque de oferta y demanda que tienen las sociedades. Un ejemplo, aunque no el único, de este ecosistema de factores, son las condiciones de muchos países latinoamericanos.
Está fuera de todo cuestionamiento lo indispensable que es enfrentar al Covid-19, sólo se resisten a creerlo, algunos dirigentes, prisioneros de sus egos, su prepotencia e ignorancia. Pero, parafraseando al escritor guatemalteco Premio Asturias 2000, Augusto Monterroso (1921-2003) diríamos que cuando nos despertemos, el dinosaurio siempre estará allí. Es cierto, tenemos que enfrentar la pandemia con la mayor rigurosidad científica de que somos capaces, tanto en la medicina como respecto a la economía, considerando como primordial, nuestra capacidad de satisfacer sosteniblemente, necesidades perentorias.
Sin embargo, desafortunadamente, el calentamiento global, el aumento de temperatura en el planeta y una de sus más grandes repercusiones, la sexta extinción masiva de especies en todo el orbe, continúa presente. En medio de las vicisitudes actuales, este punto es insoslayable. El problema es que se continúa fortaleciendo la dinámica del desastre. Aunque ahora, en varios casos, las acciones de “salvamento” son promesas que lanzan los mismos que causaron los problemas que debemos enfrentar.
Las evidencias continúan acumulándose. En estas dos primeras décadas del Siglo XXI, los casquetes polares han tendido a disminuir. Cada año, ya se va haciendo habitual, las temperaturas promedio globales van en aumento. Hasta fines de los años setenta y ochenta se tenían dos posturas que eran defendidas con entusiasmo: si el planeta se iba calentando o enfriando. Ahora es posible afirmar contundentemente, que el calentamiento se impone y que mientras más tardemos en tomar acciones significativas, no sólo las mismas serán menos efectivas, sino más costosas.
No obstante, en todo esto hay novedades. Se tienen en la actualidad empresas, que prometen hacer algo. Que quieren contribuir notablemente a la solución, pero eso sí, previo pago de sus actividades. Muchas de ellas, como se ha mencionado, serían las mismas que han provocado los incendios que nos amenazan.
Esto se puntualiza, dado que varias de estas corporaciones están asociadas a negocios de los combustibles fósiles, son las mismas que negaron durante años de años, la existencia del calentamiento global. Ahora serían copartícipes de programas de “responsabilidad compartida” con los gobiernos.
A todo esto se impone una precisión. Nadie niega que las grandes corporaciones pueden generar competitividad, productividad y estandarización en la producción de bienes y servicios. Ellas pueden acentuar la implementación del comercio mundial intra-industrias, el soporte de las cadenas de producción entre países y el aprovechamiento de las economías de escala. De acuerdo. Pero no es menos importante que su desempeño debe contribuir, por eso mismo, a ser un factor decisivo en la cuestión ambiental que se hace apremiante.
Existen compañías que tienden a asegurarse ganancias en casi todos los escenarios en que desembocan estos procesos de “amortiguamiento de daños”. Al respecto, por ejemplo, en Europa, se ve cómo aumentan impuestos al consumo de combustibles derivados del carbono. No obstante, por otros medios, se les disminuyen las contribuciones a las grandes empresas que los producen, so pretexto de “investigaciones preliminares”. Las cosas aún con el mayor optimismo que se desea tener, no son exactamente ni claras, ni predecibles.
Algunos datos nos permiten tener una mejor idea del escenario. Los mismos se han dado a conocer con cierta regularidad en publicaciones de Oxfam, Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo, Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente, Banco Mundial. Una ilustración se tiene en que serían unas 100 empresas transnacionales, las que serían responsables de un 70 por ciento de las emisiones contaminantes.
La inequidad en el ingreso, también se refleja, en la capacidad de contaminación. Los hogares del 10 por ciento con mayores ingresos contaminan más, al menos unas cinco veces más, en términos per cápita, que el 50 por ciento de los hogares más vulnerables o pobres.
Siempre en la línea de los impuestos y las contribuciones fiscales relacionadas con la contaminación, es de tener presente que la cosas están desequilibradas. Mientras en Europa -allí sí hay datos- los hogares son responsables de un 24 por ciento de la contaminación, ellos son los que pagan un 50 por ciento de los impuestos ambientales. Es evidente que la “responsabilidad compartida” tiende a desvanecerse en esas condiciones.
Lo del combate y control del Covid-19 es indiscutible. Pero también debe estar fuera de cuestionamientos que los problemas ambientales constituyen un gran reto estructural. Este complejo problema está afincado precisamente en la posibilidad de sobrevivencia que tenemos como especie. Está relacionado con las condiciones de la biósfera como la conocemos. Lo urgente, como se ha insistido, no debe sobreponerse con interferencias a las soluciones más de fondo. Se trata de problemas que debemos enfrentar. De desafíos vitales, íntimamente relacionados con nuestras formas cotidianas de vida.