En Sesquilé se encontró que las abejas de la miel (Apis mellifera) tienen antenas más grandes cuando están a altitudes sobre los 2.975 msnm, lo que aumenta su sensibilidad gustativa y olfativa y les facilita buscar recursos, contrario a las que habitan en Chinauta, a 1.288 msnm. Estos cambios en uno de sus órganos esenciales para la supervivencia obedecerían a factores ambientales como la temperatura, la presión parcial de oxígeno y la disponibilidad de recursos.
La jerarquía de las abejas es tal vez una de las más complejas e interesantes del reino animal, ya que muchos de sus fenómenos sociales son similares a los de los seres humanos, por ejemplo en cuanto a la división del trabajo o la elección de un gobernante, en este caso una reina -que curiosamente se elige al azar-, pues las abejas crean una especie de cuna real y allí la primera larva que nace se convierte en parte de la realeza.
La bióloga Heidy Natalia Barragán Barrera, magíster en Biología de la Universidad Nacional (UNAL), se preguntó por qué estos insectos tienen morfologías tan distintas incluso en una misma colmena o nido, y lo que encontró la dejó desconcertada, pues las abejas más grandes no estaban en las zonas más frías, como se tiene registrado en la literatura, y tienen antenas con una alta variabilidad de tamaño y forma.
Pero tal vez usted piense que esto ocurre en toda la naturaleza, y sí, es cierto, es un mecanismo evolutivo que les permite buscar mejor el alimento, pues en las abejas la información gustativa y olfativa “entra por las antenas”; sin embargo, lo que ocurre con estos cambios y la altitud no se había estudiado tan a fondo en esta zona del país.
En Cundinamarca, la investigadora tomó dos nidos de estas abejas (solo sobrevivió uno) que ya estaban consolidados y divididos conforme a la reina, y los cambió de lugar durante varios meses: 4 en Sesquilé, luego 4 en Chinauta, y por último de nuevo en Sesquilé. Cuando se trasladaban del lugar más alto al más bajo se modificaban las piezas sensoriales en las antenas de estos insectos, llamadas sensilias placoides, que son poros para percibir información olfativa.
Allí se ubican las neuronas y células especializadas para percibir el mundo; cuando el nido estaba en Sesquilé, llegaron a tener cerca de 360 sensilias en el tercer segmento de las antenas, pero el número varió y disminuyó a medida que lo hacía la altitud a la que se encontraba el nido.
Esto resulta importante porque las abejas son animales fuertemente amenazados y sus poblaciones disminuyen con el tiempo; solo en Quindío, durante 2021, más de 15 millones de abejas murieron a causa de pesticidas con los que se fumigaban cultivos de zonas aledañas.
Por lo que, como asegura la investigadora, “aunque aún no se ha comprobado que en la zona de Cundinamarca esté ocurriendo este fenómeno, sí se necesitan más investigaciones que ahonden en el tema y que tomen como referencia los cambios que ocurren en el tamaño de las antenas y su sensibilidad”.
Mayor sensibilidad
La magíster evalúo la capacidad de reflejo de las abejas para reconocer agua y sacarosa, para ver si cambiaba con la altitud, lo cual se mide con la extensión de la lengua (o probóscide) cuando se les presentaba una gota de distintas concentraciones y tocaban sus antenas.
En Sesquilé, solo con el 0,1 % de una solución con estos ingredientes, las abejas ya reaccionaban, mientras que en Chinauta esto ocurría en rangos entre el 1 y 3 %. Esto quiere decir que a mayor altitud, más sensibles son a la sacarosa, y esto podría representar un riesgo cuando hay menor altitud, pues si se modifica su hábitat ya no será fácil encontrar el alimento. De hecho, necesitarán altas concentraciones en las plantas para reconocerlas.
En escenarios actuales, con el uso de pesticidas en varias zonas de cultivos, las abejas podrían confundir los lugares para polinizar, ya que estos químicos dañan su sistema de navegación y su capacidad sensorial y motora.
“Las dos zonas estudiadas son muy distintas, aunque forman parte de una misma región, a unas 3 horas de distancia. En Sesquilé, las abejas se analizaron en un lugar boscoso, de clima frío y poca agricultura; y en Chinauta se tenían condiciones de vivero, no tenían problema para encontrar su comida y vivían con los parámetros necesarios para su subsistencia”, asegura la bióloga Barragán.
Expertos del Instituto Humboldt y de la Reserva Natural Madre Monte muestran que para 2020 se estaban perdiendo aproximadamente 16.000 colmenas al año en el país, y el problema recaía sobre el uso de los plaguicidas.
El trabajo contó con el apoyo y la guía de los profesores Rodulfo Ospina, del Departamento de Biología de la UNAL, y André Josafat Riveros Rivera, de la Universidad del Rosario, quienes aportaron toda su experiencia en el análisis de estos pequeños seres voladores y sus antenas y sensilias.