CON base en los documentos de discusión que se han compartido para la reunión del Foro Mundial en Davos, de enero de este año, son varios los datos que sorprenden y que fácilmente pueden dejar una perspectiva desalentadora en las condiciones mundiales, tanto socio-políticas como ecológicas.
Un dato inicial respecto a las inequidades planetarias: la organización Oxfam estima que 26 multimillonarios poseen una riqueza equivalente a la que tiene la mitad de la población mundial, unos 3,500 millones de personas. Además, se considera que 3,400 millones de personas sobreviven con ingresos que son menores a los 5.5 dólares diarios.
Los números que se ofrecen muestran perspectivas crecientes en la concentración de la riqueza. Se ha llegado a sostener que existen personas con altísima capacidad adquisitiva, cuya riqueza se habría incrementado en 2,500 millones de dólares diarios. Esto incluye las alzas de los mercados bursátiles que esencialmente son especulativos y conforman la economía financiarista, la que contrasta con la economía real. Esta última, como se sabe, asociada a la producción de bienes, servicios y empleo.
Uno de los grandes retos que reiteradamente debe abordarse en Davos, cada año, es el de las inequidades galopantes en todo el mundo. Y muy probablemente patrones que en función de esas inequidades, se evidencian como más acentuados en los países del Tercer Mundo.
Se confirma el cuadro agri-dulce en el desempeño de los mercados. Por una parte se tiene que esos sistemas pueden llegar a realizar tres grandes actividades beneficiosas: (i) promueven la competitividad; (ii) tienden a asignar con mayor flexibilidad y rapidez, recursos productivos; y (iii) promueven la estandarización de la tecnología.
Sin embargo, por otra parte, los sistemas exclusivamente de mercado tienen sus lados controversiales y problemáticos: (i) promueven y fortalecen condiciones de inequidad en la distribución de riqueza y de oportunidades; (ii) los crecimientos económicos pueden excluir de beneficios y producir sectores viviendo en marginalidad; y (iii) daño a los ecosistemas locales, regionales y globales.
Conforme lo anterior, se hace evidente que debemos aprovechar las ventajas de los mercados, de los sistemas sociales y políticos abiertos, pero debemos de controlar los riesgos que acarrean daños y perjuicios. Y eso se lograría promoviendo y fortaleciendo adecuados niveles de sólida institucionalidad en los países.
Son estas institucionalidades las que pueden garantizar el funcionamiento de sociedades incluyentes, donde las muertes totalmente evitables, dejen de ser una pesadilla cotidiana para amplios sectores viviendo en condiciones pobreza e indigencia. El reto en Davos es que los grandes empresarios y políticos con gran poder puedan determinar el rumbo y los contenidos de una agenda que propicie la sostenibilidad del progreso mundial, en un mundo que tiende a la polarización agravada y constante. Las posiciones de poder que estos actores tienen pueden ser de gran utilidad.
Tómese en cuenta que los empresarios asistentes, por ejemplo, son quienes dirigen corporaciones con gran poder estratégico, dominante. Esta iniciativa del Foro de Davos, es en sí una institución permanente que involucra a unos mil socios. Para estar en este, más que selecto club, se debe tener una media de unos 5,000 millones de dólares de actividad comercial anual. Ellos abonan unos 45,000 dólares en lo individual, cada año, al foro.
Se tiene también la categoría de asociado industrial estratégico. En este caso, pertenecer a este segmento implica un mayor poder de decisión y la cotización asciende a 250,000 dólares o bien -en el grupo élite- 500,000 millón de dólares como contribución anual. Son dirigentes con poder hegemónico no sólo en los países sino en el ámbito global.
Algo que subraya, además, que los Estado-nación han perdido en términos relativos, importancia como unidades de estudio de relaciones internacionales, y han sido substituidos por las grandes corporaciones, con todo el poder e influencia que ellas exhiben. Esto influye limitando drásticamente el alcance que pueden tener las soberanías nacionales y los sistemas democráticos, en el control de flujos comerciales, financieros y monetarios.
Como se anotaba con anterioridad, uno de los desafíos en cuanto al contenido de agenda y acciones globales, es la inequidad en los ingresos y las oportunidades, la inequidad que existe en el acceso a educación, salud y satisfactores esenciales en la vida de las sociedades. Y en este sentido, también se presenta un elemento paradójico: muchos de los asistentes a Davos se benefician de esos sistemas de inequidad creciente.
Según se puede inferior de los documentos de base para el foro, muchos de los socios de esta entidad tienen riquezas que han aumentado en unos 900,000 millones de dólares durante el último año. Se trata de aumentos de poder adquisitivo que son estratosféricos. Tal y como se subrayaba, serían unos 2,500 millones de dólares por día.
Es cierto que la estabilidad política y los sistemas democráticos -con toda la cauda de desprestigio que pueden tener en algunos países- son condiciones deseables en una sociedad abierta y participativa, pero es necesario abrir oportunidades a quienes se van quedando marginados en la actual globalización. Sin ello, los niveles de marginalidad y pobreza amenazan la base misma de un sistema que se supone debe implicar la inclusión y el “apalancamiento social”.
*Ph.D. University of Pittsburgh/Harvard. Profesor, Facultad de Administración de la Universidad del Rosario. El contenido de este artículo es de entera responsabilidad del autor por lo que no compromete a entidad o institución alguna.