El paro y la república del sur | El Nuevo Siglo
Sábado, 15 de Mayo de 2021

Sufrimos una revuelta con paro de corte revolucionario contra el orden democrático. Atacan al gobierno de Iván Duque, desde todos los frentes, como del exterior. Por cada concesión oficial a las solicitudes de los promotores del paro, piden más. Tienen algunas razones para protestar, más lo único que buscan es desestabilizar el sistema y forzar al gobernante a tranzar la ley. Están contra el gobierno, contra la sociedad en general y la clase trabajadora, que sufrirá los despidos de las empresas que se quiebren. La destrucción de peajes, bancos, residencias, puestos de policía, vías, transportes y cuanto encuentran a su paso busca desarticular y desesperar a la población, fomentan la crisis económica y agravar la ausencia de soberanía estatal en la periferia del país para facilitar la violencia urbana y rural. 

Intentan quebrar la voluntad de los más débiles, como atraer a la gran masa de la población que posee precaria formación política. La crisis se agrava en la medida que el gobierno nacional y los alcaldes, apuestan al confinamiento ruinoso en medio del paro, cuando el ministro de Hacienda, José Manuel Restrepo, calcula que esas medidas por día rondan o sobrepasan el billón y medio de pesos en pérdidas, sin sumar el costo multimillonario de destrucción y de vidas humanas, que son el mayor capital de una nación. Sin una economía activa se pierde la lucha contra la pandemia. 

Los violentos que marchan o se infiltran entre los que protestan son agitadores, que se escudan o utilizan a los estudiantes y obreros. Están por capitalizar el descontento generalizado que produjo la reforma impositiva de Alberto Carrasquilla, cuando las gentes esperaban una suerte de plan Marshall, con la finalidad de reactivar la economía como lo hicieron los Estados Unidos, con algunos países europeos al finalizar la II Guerra Mundial. No de lanzar un proyecto alcabalero recesivo, en el afán desquiciado de conseguir recursos a la brava para solventar la economía local.

Cuando el presidente Iván Duque explica a la nación que el proyecto impositivo se retira, no cesan las protestas, a las que se suman los indígenas foráneos, diversos agitadores en Cali intenta cercar y espantar a la policía, mientras asaltan al comercio y las residencias particulares, en las que sitian a las pacíficas familias por varios días, casi sin poder salir a comprar, ni recibir alimentos. Cuando el gobierno ordena a la policía y los soldados que liberen la ciudad, son recibidos como héroes por la población. Cali es el epicentro geopolítico revolucionario.

Suena un coro nacional e internacional contra los supuestos o reales excesos de las autoridades por resguardar el orden. Cuando desde el primer momento debieron actuar los policías para impedir que los manifestantes se desbordaran e incendiaran la ciudad, como lo proclamaban unos cuantos pirómanos. Una gira de amigos del gobierno debe contar la verdad en el exterior. Esos bárbaros apuestan a crear la república del sur.

Las Fuerzas Armadas no son un cuerpo de bomberos que se moviliza para apagar incendios, su deber es mantener el orden, defender la sociedad, la integridad territorial y tratar de conjurar la violencia. Debemos destacar en estas jornadas el temple y la buena voluntad de los militares en la defensa de la civilidad y la democracia. La consigna inequívoca de los militares es defender la libertad. La nación debe respaldarlos para superar la conjura de los amotinados.

Debemos combinar el esfuerzo castrense de proteger la sociedad con la voluntad política de restablecer el imperio de la ley. La grieta de la democracia se comienza a restañar mediante la política social, por lo que el partido conservador ha resuelto no votar la reforma de la salud, por ser contraria a los supremos intereses de la mayoría de los colombianos. Lo mismo que defendemos con ardor la política desarrollista que promovía Álvaro Gómez, que es la antorcha en el túnel para salir de la crisis.

Necesitamos reorientar las energías nacionales y volver a crecer. El asistencialismo debe ser pasajero, en cuanto como dice el adagio popular: suele ser comida para hoy y hambre para mañana.