¿Quién soy yo? | El Nuevo Siglo
Domingo, 9 de Diciembre de 2018

El mundo es como es, con aquello que me gusta, admiro y promuevo; y también con eso que no me gusta, que no aplaudo ni replico.  ¿Quisiera que fuese diferente? Sin duda. Me gustaría que no hubiese guerras, asesinatos, corrupción, violaciones de derechos, robos ni competencias voraces. Quisiera que hubiese más cooperación, solidaridad, equidad, cuidado mutuo y de la naturaleza.  Sé que muchas personas anhelamos una vida más armónica y que hacemos esfuerzos constantes para que así sea. Y también sé que desperdiciamos mucha energía vital criticando lo que no nos gusta. ¡Claro que la tentación de juzgar es inmensa! Pero no es juzgando ni condenando como vamos a lograr una masa crítica de transformación. 

 

¿Quién soy yo para juzgar a quien asesina, roba, viola o comete un acto de corrupción? Nadie. Respondo la pregunta con plena consciencia de lo que estoy diciendo, pues solo soy un aprendiente más en este pequeño fragmento de materia en la vastedad de los multiversos.  Tener la claridad de ser un aprendiente más me coloca en mi justa dimensión y me permite también darles a los otros su preciso lugar.  Somos muy pequeños en consciencia, mucho; estamos en un muy elemental curso, que no por ello deja de ser importante, pues en una comunidad educativa son tan importantes los párvulos que apenas caminan como los adolescentes que protestan. 

 

Estamos tan acostumbrados a creernos superiores por nuestras convicciones, orígenes o condiciones que creemos que juzgar y condenar es lo natural, que señalar con el dedo a quien se equivoca es sabio.  El asunto se complica, pues no juzgamos a todos con el mismo rasero, sino con el sesgo que da la religión, el partido político, el estrato socio-económico, el nivel educativo o el equipo deportivo al que estamos afiliados.  Esas supuestas pertenencias nos ciegan, selectivamente. 

 

No se trata de evadir el error sin corregirlo.  ¡Claro que el mundo es perfectible! De lo que se trata, creo, es de transformarnos primero nosotros mismos, de ver primero nuestras propias imperfecciones e ir resolviéndolas.  Claro, esto es más difícil que soltar la lengua o los dedos para condenar con desprecio a ese otro que se equivoca. Si fuésemos ya perfectos, no habitaríamos esta esfera imperfecta: hay otras más evolucionadas; ya llegaremos a ellas si seguimos sin distracciones el proceso de cambio desde adentro hacia afuera.  

 

Es posible que alguien me replique que no se puede comparar un asesinato o el robo de billones de dólares con una mentira blanca o la postura de un cuerno, así sea pequeñito.  Lo cierto es que cada error encierra aprendizajes y cada quien tiene los que necesita para su evolución.  ¿Cuántas veces erramos? Tantas como necesitemos para aprender.  Como la vida no termina con la muerte, cada aprendizaje cuenta en la larga carrera de la existencia.  Elijo ir por el camino de la transformación amorosa antes que el del juicio implacable, aunque a veces -desde la inconsciencia- me extravíe en el segundo. También es parte del proceso.