El nacimiento de Jesús | El Nuevo Siglo
Martes, 31 de Diciembre de 2019

Mi abuela, que murió hace cincuenta años, solía decir por estas épocas: “Llegó la Navidad con todos sus horrores”. Afirmaba que se había perdido su espíritu y se había convertido en un evento comercial. Si eso era entonces ¡qué diremos ahora!

Para mí, sin embargo, sigue siendo el cumpleaños del Niño Dios. La narración que hacen los evangelistas Lucas y Mateo es maravillosa y fascinante. San Gabriel Arcángel anuncia a una Virgen en Nazaret que de ella nacerá el Salvador, por obra y gracia del Espíritu Santo. Y tiene que convencer a su esposo, José, de esa verdad que el padre putativo de Jesús acepta humildemente.

La época del parto coincide con una orden imperial de empadronarse en el lugar de origen, que en el caso de José, que era de la familia de David, es Belén, un humilde poblado no muy lejos de Jerusalén. Pero ellos tienen que hacer un viaje de varios días, en invierno, de Nazaret a Belén, que la Virgen, embarazada en su último mes, hace en un asno. Al llegar no encuentran alojamiento y tienen que refugiarse en una pesebrera, donde posiblemente había un buey, y el Niño nace, como dice Santo Tomás, sin tocar ni manchar a su madre, que lo envuelve en pañales y lo pone en un pesebre. En ese momento los coros angélicos anuncian “Gloria a Dios en el cielo y Paz en la tierra a los hombres de buena voluntad” y los pastores vecinos reciben de los ángeles la noticia y van a adorarlo.

Entre tanto, guiados por una estrella, unos magos astrónomos del oriente viajan en sus camellos a Jerusalén, donde preguntan por el lugar donde debía nacer el Rey de los Judíos. Herodes, entonces rey de Judea, que había ordenado la muerte de su esposa, su suegra y tres de sus hijos, les pidió que lo encontraran y le dijeran dónde estaba “para ir también a adorarle”. Los magos llegaron donde el Niño, lo adoraron, le regalaron oro como a Rey, incienso como a Dios, y mirra como a hombre, pero avisados por el Ángel volvieron a su país por otro camino. Herodes, sabiéndose engañado, ordenó la muerte de todos los niños menores de dos años en Belén y alrededores. Pero José, advertido por el Ángel, había huido a Egipto con su esposa y su hijo.

Ese Niño humilde, envuelto en pañales y recostado en un pesebre, es el mismo del que habla el comienzo del Evangelio de San Juan, el Verbo de Dios encarnado (el Logos divino): “En el principio existía el Verbo, y el Verbo estaba en Dios, y Dios era el Verbo. Esto estaba en el principio en Dios. Todas las cosas fueron hechas por Él y sin Él no se hizo nada de lo que fue hecho. En Él estaba la vida y la vida era la luz de los hombres y la luz brilla en las tinieblas pero las tinieblas no la recibieron… Estaba en el mundo y el mundo fue hecho por Él pero el mundo no lo conoció. Vino a los suyos y los suyos no lo recibieron. Pero a los que lo recibieron, les da el poder de ser hijos de Dios, si creen en su nombre. Estos no han nacido de sangre, ni de amor carnal, ni de amor humano, sino de Dios. Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros”.

Lo sabemos pero ¿lo creemos?

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Coda: Recomiendo la lectura del libro del papa Benedicto XVI, “La infancia de Jesús” (Planeta, Bogotá, 2012), breve, ilustrativo y gratísimo de leer.