La importancia del uso del lenguaje en la gestión de conflictos siempre ha sido de notable importancia para incrementar o reducir las tensiones.
Más allá de la retórica para influir sobre la percepción de los ciudadanos propios acerca de la condición “del otro”, los calificativos que se usan afectan sensiblemente la integridad de los dirigentes de ese bando contrario.
Y la afectan de modo especial porque es mediante tales referencias que los ciudadanos o seguidores de la contraparte entienden cómo sus líderes están siendo evaluados y percibidos en el exterior.
En otras palabras, la forma en que se describa, se etiquete y se defina al oponente crea un perfil de identidad que se inserta en el imaginario político de los ciudadanos y que, cognitivamente, asegura la lealtad en el endogrupo y el rechazo hacia el exogrupo.
De tal manera, se deshumaniza al rival (se le demoniza), se glorifica al héroe local, y se condena automáticamente al adversario como un “infiel”, “hereje”, “satán”, o cualquier otro apelativo que justifique y apruebe no solo la discriminación y la segregación sino, principalmente, su desaparición, su eliminación.
En tal sentido, resulta interesante que, en medio de la guerra ruso-ucraniana, el mejor aliado europeo de Kiev, esto es, Londres, haya decidido que sus funcionarios deben modificar el uso del léxico tóxico, degradante o provocador con el que se refieren a la contraparte, sustituyéndolo por uno que, basado en la ecuanimidad, sea lo suficientemente técnico y antiinflamatorio.
De tal forma, la cancillería británica les ha prohibido a sus funcionarios que sigan señalando a Rusia, China o Corea del Norte como “Estados hostiles”, aduciendo que “los Estados no son intrínsecamente hostiles; solo hacen cosas hostiles”.
Por eso, al recomendar que, en vez de “Estados” se hable de “actores” hostiles, el Ministerio estaría centrándose tanto en el sujeto (el Estado ) como en su comportamiento (la hostilidad) rescatando que, si desde el punto de vista etimológico, la expresión “hostil” remite a la drástica noción de “enemigo”, su uso será, en todo caso, menos hiriente y politológicamente más aséptico.
En esa misma línea, se exige cambiar señalamientos como "actividad estatal hostil" por "amenazas estatales", siempre con la idea de “describir (acertadamente) las actividades de los actores estatales y no estatales, incluidas las 'amenazas estatales'”.
Con todo, la decisión británica no ha estado exenta de polémicas y algunos sectores políticos -con evidente exasperación- la han catalogado como “absurda”.
Pero, en cualquier caso, no hay duda de que impulsa el debate y que tiene mucho sentido; sobre todo, si se está barajando la posibilidad de negociar con … ¡¿el enemigo, el antagonista, la contraparte?!
vicentetorrijos.com