Adriana Llano Restrepo | El Nuevo Siglo
Viernes, 17 de Abril de 2015

EL SEPTIMAZO

Impeorable

La   lectura del prolífico y multifacético autor austríaco Peter Handke, me deja el aprendizaje de un contundente adjetivo que le cabe a pocas situaciones en la vida y que él usa para describir el suicidio de su madre: Desgracia Impeorable.

Impeorable es nuestro desbarrancadero moral. En este berenjenal, la ética ha quedado reducida a palabra de trabalenguas: “Yo tenía una gata ética, pelética/ pelada peluda con rabo lanudo/ que tenía tres gatos éticos, peléticos/ pelados peludos con rabos lanudos. / Si la gata no fuera ética pelética/ pelada peluda con rabo lanudo, / los gatitos no serían éticos peléticos/ pelados peludos con rabo lanudo”.

Wittgenstein nos aseguró en su Tractatus logico-philosophicus que hay cosas de las que no cabe hablar; entre ellas, la ética. Pero sí cabe mostrarlas. Algo así como predicar con el ejemplo, o con la fórmula de Jesús: “Por sus frutos los conoceréis” (Mateo 7: 16- 17).

Pero los frutos que da nuestra realidad, son impeorables y no hay que ser émulos del vilipendiado rumano Cioran pero tampoco un desgraciado como el antioqueño Fernando Vallejo, para asegurar que “Colombia es un país sin ética donde no sólo todos los delincuentes hacen y dicen lo que quieren, sino que no les pasa nada: son y seguirán siendo elegidos para altos cargos en los órganos del Estado, la justicia se mantendrá alejada de ellos, amedrentarán a la opinión pública, matarán cuando sea necesario, y la sociedad impasible se acomodará al nuevo sistema como lo ha hecho hasta ahora”, tal cual lo afirmó el inefable Carlos Lleras de la Fuente en una columna publicada en 1992 en El Tiempo.

Wittgenstein sentenció que ética y estética son una sola cosa; es que lo que está mal, luce mal, aunque tengamos pésimo gusto. Ética y honor también son conceptos aparejados; por eso en este país, donde se usan helicópteros oficiales para evitarse el trancón a Anapoima, nunca habrá un David Korenfeld, el funcionario mexicano que dimitió tras haber usado uno para fines personales.

Impeorable una nación en la que el honor también está en vía de extinción; aquí nadie es capaz de hacerse el harakiri cuando su vida pública sea una deshonra, como la de “ciertas yerbas del pantano”, para usar una expresión que inmortalizó Fernando Garavito.

La ética no da réditos en las urnas; si lo hiciera, habríamos escogido ser gobernados por Mockus o por Carlos Gaviria y no por personajes cada vez más impeorables.