Alberto Medina Méndez | El Nuevo Siglo
Lunes, 16 de Diciembre de 2013

Argentina   ha vivido momentos de mucha zozobra. El conflicto salarial de las fuerzas policiales puso en el centro de la escena un problema social mucho más profundo, que fue la plataforma ideal para la proliferación de hechos vandálicos y saqueos en diferentes puntos del país.
El debilitado liderazgo de muchos gobernadores y la mezquina actitud de los funcionarios nacionales, lejos de resolver la cuestión, solo generaron inconvenientes adicionales innecesarios que se pagaron con demasiadas vidas humanas y cuantiosos daños materiales, evitables.

La displicente decisión de otorgar aumentos salariales a mansalva, demostró una irresponsabilidad absoluta para gobernar. Esa conducta solo provocará nuevos embates similares muy pronto. El modo de cancelar esos compromisos será con más emisión monetaria (inflación), endeudamiento e impuestos, mecanismos que invariablemente castigarán en idéntica proporción a los ciudadanos que pagarán de alguna manera esos aumentos.

No menos grave es la reacción masiva de una sociedad que mientras se angustia frente a los sucesos, pide demagógicamente,  que se reconozcan salarios más dignos a los policías, reiterando la fórmula políticamente correcta de quedar bien con los que reclaman sin animarse al debate de fondo, ese que tiene que ver con demandar los talentos básicos que debe exhibir el que pretende mayores remuneraciones.

Cuando el reconocimiento no llega espontáneamente sino bajo la presión del eventual daño a terceros, lo obtenido es solo producto de la extorsión y lejos está de ser entonces un mérito del que se pueda estar orgulloso.
Los saqueadores son la muestra de la degradación moral en la que está inmersa la sociedad. La noticia de que las fuerzas de seguridad no estarían en las calles fue, para casi todos los ciudadanos, la señal de que había que buscar refugio para evitar ser la próxima víctima de los delincuentes.
Es trágico observar cómo un sector de la población, mínimo afortunadamente, pero extremadamente agresivo, consideró que esta era su gran oportunidad para quedarse con lo ajeno, para tomar por la fuerza la propiedad de los otros, sin importar el esmero que ponen aquellos en obtener su sustento con dignidad. Es preocupante el panorama, porque los hechos solo pusieron en evidencia la presencia de un grupo de inadaptados sociales, que siguen ahí, entremezclados con los decentes y honestos, agazapados y listos para dar su próximo golpe al corazón de una sociedad que lucha por ser mejor.
Merecen realmente ser aplaudidos, los hombres y mujeres que se animaron a poner el cuerpo en el sentido literal de la palabra, esos propietarios de comercios, sus empleados, familiares y amigos que frente a la adversidad, decidieron no dejarse avasallar, ni permitir que una banda de rufianes inescrupulosos, se quedaran con el fruto de su sacrificio cotidiano. Ellos fueron los verdaderos protagonistas de la proeza.
Fuente: Infobae