ALFONSO ORDUZ DUARTE | El Nuevo Siglo
Sábado, 6 de Julio de 2013

Bogotá, ciudad grande

 

Bien parece que Bogotá, sin darnos cuenta se volvió ciudad grande. No más en el censo de l938 que se hizo para el cuarto centenario de su fundación, el número de habitantes no  superaba los 350 mil y hoy estamos cerca de los 8 millones o sea que aplicando la simple aritmética, la población de Bogotá en 75 años se ha multiplicado por veintidós.

El crecimiento ha sido como el de aquel hijo de familia que crece en forma no prevista y todo le va quedando pequeño. Algo del estilo le ha sucedido a nuestra capital. En materia de servicios públicos no es que sea lo último pero de energía eléctrica y agua se dispone más o menos bien, aunque los cortes de los dos servicios suelen presentarse cada vez con menor frecuencia lo cual no significa que puedan calificarse de excelentes pero sí de aceptables.  A la  Empresa de Teléfonos de Bogotá le surgió una competencia que no se había soñado como es la de la telefonía celular, que dicho sea de paso no es lo mejor por el precio que se paga, pero no deja de ser una alternativa que hizo que la ETB, cuando alguna de sus gestiones se solicita, lo hace con eficiencia desconocida. Dejó de ser una empresa para acudir a la cual era necesario  tener palancas.  El servicio de gas que era desconocido para la época del censo se presta con cierta eficacia.

En lo que sí nos quedamos regados fue en el desarrollo vial de la ciudad. A pesar de que hubo estupendos planificadores nacionales y extranjeros, no hemos sido capaces de disponer de una red vial urbana, que permita el desplazamiento de nosotros los que vivimos aquí, con rapidez de un lado a otro. Pero no es solamente la red vial, sino el estado de la misma el cual es lamentable. El crecimiento de los vehículos que circulan al cual se agrega la falta de mantenimiento de la red vial y también a la indisciplina de los conductores y peatones, hacen de Bogotá una ciudad muy “sui generis” que a algunos visitantes les parece fascinante si se le compara, por ejemplo, con ciudades de Europa.  En ese continente y los países que lo integran, las leyes y normas de conducta ciudadana se respetan y se obedecen por el simple hecho de serlo. Nosotros nos arrogamos el derecho de interpretarlas. Un semáforo en rojo para nosotros no es necesariamente señal de pare sino de atención por si no viene otro vehículo por la calle, que según el reglamento, debe ser respetada con la detención del vehículo.

En lo que sí hemos “progresado” es en formas cada vez más sofisticadas de la delincuencia. Los raponazos, el robo de casas y apartamentos ponen a prueba el ingenio de quienes los cometen.  El “paquete chileno,”  injusta calificación del delito que cometen quienes optan de, a base de engaños, aliviar de sus recursos a personas ingenuas que todavía existen. Lo del paseo millonario que nos pone a todos sobre aviso sobre los riesgos de abordar un taxi por la calle, es una modalidad muy propia del delito. Sucede muy a diario, pero la circunstancia de  que un ciudadano norteamericano haya sido víctima de esta delincuencia, nos ha puesto de presente este riesgo. ¿El occiso cayó por casualidad o lo estaban “pisteando? Las autoridades tendrán que establecerlo. Todo se nos quedó pequeño menos la delincuencia.