No todo anda mal contra la corrupción
Abundan los titulares de los medios de comunicación dando cuenta de actos corruptos de distintos funcionarios públicos. Lo de la mal llamada “reforma a la justicia” fue uno más, sólo que dejando al desnudo su generalización: no todos pero sí varios miembros de los tres principales órganos del poder del Estado actuaron en su propio beneficio y no con la mirada puesta en el bien común de la justicia como lo demanda el verdadero “ethos” de la política. Ya se anunciaron indagaciones preliminares, ojalá la Procuraduría concrete responsabilidades y sancione en consecuencia.
Una de las causas principales de la corrupción en el Estado está en los personajes investidos de autoridad para representar al pueblo que tienen podrido el corazón, por lo cual conciben el servicio público como el medio idóneo para obtener plata, poder y placer. Un corazón así dañado desemboca en una conciencia oscurecida y eso no puede arreglarse con ninguna ley por perfecta que sea. Tampoco con un referendo revocatorio, aunque esta medida sí podría conducir a un debate público alrededor de la necesidad de rescatar el “ethos” de la política.
Los problemas de deshonestidad, de falta de transparencia, en una palabra de falta de ética, se deben atacar con investigaciones que realmente lleguen hasta sus últimas consecuencias. Pero al mismo tiempo en su origen teniendo en cuenta que su solución está estrechamente ligada con la “educación formativa”, aquella que va más allá de transmitir conocimientos e inculcar valores y virtudes. Sin esa formación las leyes se pueden convertir en un instrumento más de corrupción. Se quedan cortos los legisladores, gobernantes y jueces cuando se dedican a exaltar el purismo de nuestras leyes y miran a la Constitución como si hablaran con Dios. Nuestro problema no es sólo de falta de cultura de la legalidad sino de falta de una cultura ética anclada en sólidos principios.
Ahora bien, una cultura ética así anclada se va creando desde la “educación formativa”, y ésta se provee en primera instancia desde la familia y luego, aunque con menor efectividad, desde los centros docentes.
Pero desde diferentes ángulos de la cultura dominante la familia está recibiendo fuertes ataques en su raíz constituida por el matrimonio: incremento de divorcios y separaciones, pretensión de equipararlo con la unión entre homosexuales, en fin, con la tendencia a convertirlo -en su definición y en su protección jurídica- en una simple convivencia con intimidad sexual.
Sin embargo, no todo anda mal contra la corrupción. Además de las investigaciones que le ha correspondido adelantar, la Procuraduría también está buscando actuar en el origen del problema mediante una bien organizada campaña en pro de la familia. Indudablemente todo lo que, en su espacio vital, cada quien pueda hacer en favor de la familia redundará en un país mejor. O ¿será que de familias bien conformadas y estables provienen los delincuentes de todos los niveles incluyendo los más responsables por la corrupción, es decir, los de “cuello blanco”?