Contener a Trump | El Nuevo Siglo
Domingo, 18 de Diciembre de 2016

El año termina en medio de una gran incertidumbre, una de cuyas fuentes es el presidente electo de Estados Unidos, Donald Trump.  El proceso de empalme y transición, la designación de su equipo de gobierno, la retórica estridente que usa en las redes sociales, la incontinencia provocadora de sus declaraciones, y sus primeras actuaciones en materia de política exterior, no han hecho sino acentuar las aprensiones.  A estas alturas, cómo vaya a ejercer su cargo el 45° presidente de los Estados Unidos es "un acertijo envuelto en un misterio dentro de un enigma".  (Fue lo mismo que dijo de la Rusia soviética Winston Churchill, cuyo busto adorna el despacho del magnate en Nueva York, quizá para disgusto del Primer Ministro).

Donald Trump se resiste a toda predicción y pronóstico.  Pero eso no impide preguntarse por los trayectos por que podría discurrir su paso por la Casa Blanca.  Trump quiere seguir siendo Trump a toda costa.  Pero porfiar demasiado en ello podría poner en riesgo su investidura.  Así que, por puro instinto de conservación, no sería extraño que acabara moderándose un poco.  Además, no se puede ignorar la existencia de fuerzas de contención, aunque su intensidad específica esté aún por probarse.

Para empezar, el partido Republicano, aunque celebre la victoria de Trump y quiera aprovechar al máximo las ventajas el gobierno unificado, no se siente muy cómodo con él.  Muchos preferirían ver a Mike Pence en su lugar.  Y aunque haya ganado las elecciones sin el establecimiento, a Trump le quedará más difícil gobernar sin él.

La intromisión de Rusia en las elecciones, presuntamente para favorecerlo, constituye una vulnerabilidad de la que no le será tan fácil zafarse.  Por otra parte, la sombra de sus conflictos de interés, que en nada resuelve la delegación de sus negocios en sus hijos, podría ser la clave de un eventual juicio político y allanar el camino de su destitución.

A lo anterior hay que añadir el peso de las estructuras institucionales y el aparato burocrático en la vida política de los Estados Unidos. Incluso con un Congreso afín (y en este caso la afinidad es limitada, en más de un sentido), el presidente no dispone de un poder omnímodo, y los departamentos y agencias responden a lógicas propias y a inercias acumuladas que no le será sencillo desconocer.

Tarde o temprano, Trump descubrirá que no es igual administrar un hotel que gobernar una superpotencia, ni organizar un reinado que alcanzar compromisos multilaterales.  O tal vez no, y eso sería, sencillamente, catastrófico.

*Analista y Profesor de Relaciones Internacionales