Siempre he considerado a las librerías como lugares turísticos por excelencia, a la altura tal vez, aunque suene a herejía, de monasterios legendarios o monumentos militares emblemáticos. Tan es así, que con el tiempo se han consolidado como paradas obligadas de mis viajes, cuales oasis de paz donde se puede descansar del sobrecogedor legado de imperios caídos y la sublime conmoción de trazos precisos sobre lienzos inmortales.
Y es que, si los museos son cápsulas del tiempo en las que deambulamos para que los objetos nos susurren al oído infidencias sobre el pasado, las vitrinas de las librerías son electrocardiogramas vivos que en tiempo real nos permiten catar someramente la realidad de un país. Son efímeras crónicas del presente donde se registran las prioridades del hoy que serán objeto de los análisis del mañana.
En Madrid, por ejemplo, solo hace falta un corto paseo a cualquier Casa del Libro para evidenciar que el país ha entrado de lleno en la dinámica electoral de las próximas votaciones generales. Títulos a favor y en contra de Pedro Sánchez, presidente del gobierno, tratan al mismo tiempo de evitar o consolidar el inminente triunfo del Partido Socialista. Pero también hay espacio para la reflexión en torno a Vox, el partido ultraderechista que en cuestión de meses se ha convertido en un inesperado fenómeno electoral y con el que se sigue consolidando la extraña tendencia política de un planeta que se radicaliza con preocupante velocidad.
Aunque entre tantos problemas foráneos, también hay espacio para nuestros dilemas propios: Casi pasando desapercibido, es posible encontrar algunos ejemplares de La Batalla por la Paz, la catarsis literaria de Juan Manuel Santos. No está entre los más vendidos, obviamente, porque a nadie en Europa le importan las razones por las que nos matamos los colombianos, pero verle allí me hizo recordar mis paseos por el centro de Bogotá, hace 10 años, en los que vendedores ambulantes ofrecían a voz en cuello los últimos lanzamientos piratas de la literatura de secuestrados que inundó los semáforos del país. Ocho testimonios, entre los cuales seguramente “No Hay Silencio Que No Termine” de Ingrid Betancourt resalta como el más emblemático, que retrataron la época que vivíamos.
Ahora es interesante ver cómo el panorama ha cambiado, y prueba de ello son las secciones de novedades editoriales que se llenan con las diferentes versiones sobre el Proceso de Paz, aunque de momento solo se han publicado las narraciones victoriosas de quienes lo alaban, falta ver la respuesta de quienes le critican. Entendiendo que estamos atravesando una transición histórica que nos llevará décadas y que solo con la fuerza contundente de la letra impresa podremos digerir y asimilar. Las confesiones nostálgicas de los protagonistas, las disecciones concienzudas de los académicos y hasta los reproches reiterados de la oposición serán esenciales en este camino.
De momento, seguirá siendo imperativo caminar por entre los dinámicos pasillos de las librerías, esos sensibles termómetros que portada tras portada nos permiten palpar con vertiginosa exactitud la calentura y los estados de ánimo de los países.