DIANA SOFÍA GIRALDO | El Nuevo Siglo
Viernes, 1 de Noviembre de 2013

El ballet de la inocencia

 

El simpático niño que animó la homilía del Papa Francisco en plena Plaza de San Pedro, en Roma, durante la celebración de la Fiesta de la Familia, encantó al mundo con un mensaje de fe alegre y refrescante.

Para nosotros, los colombianos, tiene unos significados adicionales, en donde hay de todo. Recuerdos alegres. Recuerdos tristes. Reflexiones. Evidencia de problemas. Bosquejo de soluciones. Pesares. Esperanzas. Sombras pasadas. Luces futuras. Fue un ballet improvisado cuyo sentido solo  comprendimos al saberse que el ejecutante principal es colombiano. Más exactamente colombiano de origen, porque lo adoptó un matrimonio italiano.

Viéndolo rondar por el escenario, sentarse en la silla reservada al Papa e imponerles su voluntad a los consternados directores de uno de los protocolos más  rígidos, es inevitable pensar que así debió ser la aproximación de los niños a Jesús. Sincera, descomplicada,  atropellada. Con ese encantador desorden que únicamente pueden introducir los niños que están en su primera infancia.

Su partenaire, nada menos que el Papa Francisco, no interrumpe la homilía, lo mira con la ternura que amerita un momento tan bello e insólito, le acaricia la cabeza e, inevitablemente, nos obliga a pensar en la situación de    millones de colombianos niños enfrentados a un mundo radicalmente opuesto.

Los secuestran para convertirlos en combatientes de una lucha insensata, cuyos motivos no comprenden aunque se los intenten grabar a culatazos en sus cerebros adolescentes. Pelean unas batallas que no son las suyas, que se prolongan hasta que estos reclutados forzosos caen, en medio de enfrentamientos que no están preparados para pelear, disparando contra las comunidades donde viven sus padres y sus hermanos.

Mientras tanto, el Instituto Colombiano de Bienestar Familiar recuerda que tiene once mil niños sin familia biológica, a quienes no les ha logrado conseguir una adoptiva.  El Instituto nos invita, mediante un plan padrino, a rodear de afecto la orfandad de estos colombianitos, para que no sigan sintiéndose solos en el mundo.

La actitud del Papa también está llena de mensajes. Trata al niño con suma comprensión y simpatía, pero no interrumpe su homilía, para decirnos que  la atención a ese visitante inesperado y que se pasea por la tarima con la propiedad de un Lawrence Olivier o la desenvoltura de un Charles Chaplin, no implica el abandono de las tareas que se deben cumplir.

Por lo demás, como ya es una constante en las apariciones del Papa Francisco, cada suceso inesperado, cada gesto  del  Pontífice tiene un  significado que va mucho más allá de la forma externa. Que siempre hay esperanza, podría ser uno para los once mil huérfanos de Bienestar Familiar. Que Dios bendice la espontaneidad, sería otro. Que con los niños viene la alegría propia del comportamiento de los buenos cristianos. Que no debemos olvidar a las víctimas del reclutamiento forzado, ni a   los niños  obligados a vivir en la selva cargando un fusil más grande que ellos, ni a las madres que tienen destrozada el alma desde que se los arrebataron.

Por lo pronto, este pequeño colombiano de nacimiento es el único que se convierte en actor principal en el escenario donde habla el Papa. Y esto también trae su mensaje, en especial si ocurre en el día de la familia. Sin duda un mensaje de luz, paz, fe, renovación y esperanza. De gran esperanza…