Diana Sofía Giraldo | El Nuevo Siglo
Viernes, 6 de Marzo de 2015

La verdad, ¿víctima de la paz?

 

Decir que   la verdad es la primera víctima de cualquier conflicto ya es un lugar común. Lo novedoso del caso colombiano es que la verdad también es víctima de la paz. Y no sólo de ella, la infortunada verdad comenzó a sufrir desde que se iniciaron los intentos de lograr una paz tan anhelada, que el Gobierno ha estado dispuesto a pagar por ella y por adelantado el precio que le pidan. Ni siquiera hay pago contra entrega. 

Tanto se avanza en este camino que, con frecuencia se  habla de  verdad verdadera, como si no hubiera una sola y la verdadera pudiera enfrentarse a la verdad acomodada.

Y ¿quién podrá oponer objeciones a la búsqueda de la verdad? 

Las víctimas, por ejemplo, reclaman verdad, justicia y reparación. A regañadientes les anuncian que  tendrán reparación, sí, pero poquita, con el argumento de que los daños que sufrieron son tan grandes que no habría modo de repararlos en su totalidad. Pero con una advertencia, se reparará con el dinero de los colombianos, no con el acumulado de las Farc.

Después les aseguran que habrá justicia. ¡Claro que habrá justicia! Pero poquita, porque todo proceso de reconciliación lleva implícita una dosis de impunidad, lo cual significa que la justicia no se aplicará en todo su rigor. Para  explicarla se elaboran unas sofisticadas doctrinas que reconcilian las alabanzas a la justicia en abstracto con los recortes de la justicia en concreto y llegan hasta el extremo de armar un juego foráneo para pedirle a la Corte Penal Internacional que por favor no opere, para poder salvar la paz en Colombia y complacer la exigencia de las Farc, de “ni un solo día de cárcel”.

Queda la verdad. También la habrá, pero  más poquita todavía. Diluida en la verdad de todas las épocas, de todos los actores y de una responsabilidad repartida estratégicamente, en un universo inabarcable, donde las Farc son investigadores, historiadores y  jueces y el resto de los colombianos “terroristas”. El método empleado en el tema de víctimas funcionó, con el aval  de los empleados  de Naciones Unidas en Colombia. Les vendría muy bien leer con cuidado las declaraciones de Kofi Annan, en su reciente visita al país.

Por eso alrededor de la mesa de La Habana comienzan a aparecer unas mesitas adicionales, que les añaden nuevos componentes a los objetivos de la negociación, alegando que tienen que ver con la paz. Y mientras se discuten las concesiones exigidas para el futuro, se reclaman  concesiones  que modifiquen los hechos pasados. A temas como la entrega de armas, la participación en política, el castigo de los delitos cometidos, las curules asignadas a dedo, la reimportación de los extraditados, el papel de los desmovilizados como nuevos guardianes del orden y la infinidad de asuntos puntuales que brotan a diario, se añade la modificación de la historia.

 

Está en marcha una comisión a la cual le encomiendan la elaboración de una memoria histórica oficial. En adelante los hechos históricos no serán los que ocurrieron sino los que las comisiones correspondientes digan que ocurrieron.

 

A los diálogos de paz  les agregan lo que un documento presentado por los negociadores de la guerrilla llama “la construcción de la verdad”. La verdad verdadera quedará tendida en el campo. Ahora la verdad se construye.