Diana Sofía Giraldo | El Nuevo Siglo
Viernes, 27 de Marzo de 2015

REGISTRO INCOMPLETO

No están todas las que son…

…Ni  son todas las que están, podríamos decir a propósito del registro único de víctimas. Por eso conviene extender los plazos para inscribirse, de los verdaderamente damnificados por la violencia reciente, como lo propone la Procuraduría.

La etapa de negación absoluta, que caracterizó las primeras  sesiones de La Habana, se superó  cuando la opinión unánime del país demostró el absurdo de  admitir que  había victimas pero no victimarios. Por  fortuna, semejante pretensión no prosperó. Vino el forcejeo para acallar la voz de las víctimas. Pero cuando estas se cuentan por millones es imposible ignorarlas. La realidad termina imponiéndose.

Viajaron a La Habana unas delegaciones que lograron sortear los intentos de minimizar y mimetizar la participación en ellas de víctimas de las Farc. Pero el país tiene bien clara la situación de víctimas y victimarios, y las operaciones de maquillaje no enmascaran el recuerdo fresco de la realidad, independientemente de que la mayoría de medios haya hecho eco de  la susurrada solicitud oficial de silenciamiento. Y para recordársela bastó sentar a los negociadores frente a un secuestrado que pasó amarrado a un árbol buena parte de los once años que lo mantuvieron en la selva, hasta que una operación exitosa de la fuerza pública lo devolvió a su hogar. ¿A quién engañan?

En una nueva demostración de extraordinaria nobleza, las víctimas colombianas no piden venganza. Solo reclaman verdad, justicia y reparación. A lo cual les contestan que sí, que tendrán verdad, aunque no mucha. ¿Y justicia? También, les dicen que habrá justicia, pero sin un día de cárcel. ¿Reparación? Por supuesto, sí habrá reparación, pero incompleta.

No tanto ni tan rápido como sería el ideal, pero se avanza, y eso es algo positivo. Es mejor que  perpetuarse como un país que sacrifica a su gente con el pretexto de ideologías que a nadie le importan, fuera de los parques jurásicos.

La ley de víctimas, la más avanzada del mundo en esta materia, prevé un registro de víctimas, especie de censo para saber a quiénes se aplican sus reglamentaciones.

El registro se adelanta despacio, de manera que hoy es notoriamente insuficiente. Ni son todos los que están, ni están todos los que son. No están inscritas todas las víctimas,  por una pedagogía  que el Estado no hizo, no se concientizó a las víctimas sobre sus derechos, ni, mucho menos, se las empoderó para reclamarlos. Por la incredulidad de quienes no creen en las promesas estatales, por la desidia de otros que se resignaron a lo que la suerte les depare o porque la violencia los marginó de una sociedad que durante varios años los mira con indiferencia. Entonces, ¿de dónde salen los millones de víctimas registradas? De la extrema pobreza. De quienes han sido marginados del progreso, abandonados a su suerte en una democracia inequitativa y hábilmente organizados y registrados por organizaciones políticas, con la complacencia oficial. Por esta razón, las víctimas no están clasificadas por victimario.

Pero, sopesados todos los factores, si  el registro es ostensiblemente incompleto, lo procedente es ampliar los plazos, para que las víctimas que no se inscribieron lo puedan hacer sin dificultades, cuidando, eso sí, que se incluya además de los pobres y excluidos, a las  víctimas de verdad, ahora que el Gobierno cayó en la cuenta, al fin, que se necesitaba la pedagogía, para incluir a los colombianos en el proceso de paz.