¡Insurrección ética!
“Lo que hace falta es una insurrección ética. No una insurrección de las armas sino ética, que ponga bien claro que esto no puede seguir”.
Fueron palabras del Nobel José Saramago dichas a El Cronista de Buenos Aires, ante el estado de miseria que padecen muchas regiones del mundo, “con un desprecio total de la dignidad humana” y “para servir a la ambición de unos cuantos”, según su percepción.
La reflexión del gran escritor portugués fallecido puede aplicarse a la situación colombiana, no sólo frente al mismo fenómeno de inequidad social que nos coloca en el tercer lugar de los peores del mundo, sino también frente a la desmesura en las formas de gobernar y de hacer política, una de cuyas manifestaciones vergonzosas tuvo expresión en la llamada “reforma a la Justicia”, engendro nacido de las entrañas del Gobierno y mal enterrado, finalmente, ¡para agravar las cosas!, con procedimientos contrarios a Derecho, si nos atenemos a sentencias de la Corte Constitucional citadas en nuestra anterior columna de opinión.
Con todo, el penoso episodio demostró que el pueblo colombiano entró en estado de indignación, dentro de la concepción de Stephan Hessel, impulsor de grandes movimientos de protesta en Europa, y también de insurrección ética, en los términos expresados por Saramago; y, ante esta toma de conciencia colectiva, en adelante no será posible que gobernantes, legisladores y operadores de la Justicia hagan lo que les venga en gana en nuestro país.
¿Lo ha entendido así el presidente Santos? Uno lo duda cuando en la entrevista con María Isabel Rueda sólo admite, como único error cometido por su gobierno, no haber sabido comunicar los resultados de su gestión. Con ese enfoque, bastaría apelar a buenos relacionistas públicos para superar la crisis…
Pero esa especie de “botox” político -recurso de estilistas pero no de estadistas- para ocultar las arrugas del Régimen, no sería el más indicado.
Las reformas institucionales no pueden acordarse a espaldas del pueblo, como ocurrió con el malhadado proyecto de reforma a la Justicia, cuyos lineamientos principales avalaron en la sede presidencial el pasado 3 de mayo representantes del Gobierno, de las altas Cortes y del Congreso Nacional, en infortunado contubernio.
La indignación de los colombianos es real, presidente Santos. Un estadista de su talla debe tener capacidad de rectificar errores; pero asombra que a pesar de que en el horizonte se vislumbran signos de tempestad evidentes, usted haya dicho, con obstinación, que no está dispuesto a cambiar de rumbo.
Lo respetamos, Presidente. Usted debería liderar un gran acuerdo nacional, con refrendación popular incluida, para hacer más operante la administración de justicia, para reformar la debilitada estructura del Congreso, y para morigerar, incluso, el régimen presidencial, hoy congestionado de funciones. Pero si usted y los partidos de la Unidad Nacional no se ponen al frente del cambio, la oposición se hará cargo de la indignación y de la insurrección ética de sus compatriotas, para tomar las riendas del poder.
Porque la oposición encontraría eco en el Eestado llano, señor Presidente.