Como nuestra existencia está marcada por la incertidumbre y la impermanencia, todo lo que hacemos, tenemos, sentimos y pensamos llega y pasa. Nos queda lo esencial, lo que es real, mas no evidente.
A medida que comprendemos esta realidad, vivimos más plenamente. Para evidenciar que todo cambia, basta con hacer un repaso consciente a lo que nos ha ocurrido y lo que nos sucede hoy. Por ejemplo, ¿piensas y sientes hoy lo mismo que ayer con respecto a una relación de pareja? Es muy probable que no, por múltiples razones: tu pareja actual puede no ser la misma de hace diez años; si es la misma, la relación tiene ahora unas dinámicas diferentes a las de ayer; en ese tiempo creías que era tu media naranja y hoy sabes que eres una totalidad; o a lo mejor ya no te interesa tener pareja.
Ocurre lo mismo con tu trabajo: si es el mismo de hace años, lo haces de maneras diferentes, pues has tenido que adaptarte una o muchas veces a las cambiantes condiciones de la vida. O decidiste no trabajar más en aquello que estudiaste –de lo cual tienes un cartón con múltiples sellos y firmas– y emprendiste otros caminos, solo avalados por tu experiencia.
Somos mucho más que las etiquetas con las cuales podamos identificarnos en un momento preciso de la existencia. ¿Soltera, casada, separada, viuda? ¿Comunicador, educador, terapeuta? Y en aquellas que nos definen parcialmente -como padre, madre, hijo…- también hay variaciones. Por más que nos empeñemos en identificarnos con lo que hacemos o tenemos, las relaciones que establecemos o los roles que juguemos, hay algo mucho más grande: el ser, esa porción elevada del alma que está llamada a evolucionar, a fusionarse con el espíritu y a trascender.
El ego, la parte caída del alma, se nutre de las etiquetas, se regodea en las emociones y se aferra a formas de pensar que parecen inamovibles. Por supuesto, es difícil salir de esa dinámica, solos no podemos y es un camino arduo, con errores y aciertos. Necesitamos la guía superior para dejar de enredarnos en nuestros sentipensamientos. A medida que nos damos cuenta de que nuestro ego es temporal, podemos reconocer que el sentido de la vida está en la trascendencia y empezamos a trabajar en ello.
¡El alma está llamada a evolucionar! Lo hacemos cuando reconocemos la totalidad que somos; cuando ocupamos nuestro lugar en Amor, dejamos de competir y atestiguamos las manifestaciones de nuestros egos, para aprender de ellas, soltarlas, e integrarnos. Cuando atizamos en nuestro interior la chispa divina. Cuando pasamos del yo al nosotros. Así, lo que hacemos, tenemos, pensamos y sentimos cobra pleno sentido. Y vivimos desde lo esencial.
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