Hemos hecho, en sintética entrega anterior, recuento de los viajes papales en los primeros años del cristianismo, hasta 1798, salida de Roma del Papa Pio VI. Siguiendo esta relación encontramos a su Sucesor, el Papa Pio VII, quien viajó a París a la coronación de Napoleón Bonaparte (1804), sufriendo el desplante de éste, quien se autocoronó, y habiendo sido, posteriormente, hecho prisionero de ese gobierno (1808), y, por tres años, llevado a Savona y Fontainebleau. Estuvo siempre firme ante pretensiones imperiales abusivas, y regresó a Roma 1813, hasta su muerte (1823).
Después de los accidentados viajes del Papa Pio VII, siguen los Papas sin salir de Roma hasta 1848, cuando Pio IX tuvo que refugiarse en Gaeta, por conflictos italianos que culminan con la proclamación de la República de Italia, en 1849, que duró 17 meses, con regreso del Papa a Roma 1850. Vinieron en Italia los hechos que llevaron a reinar sobre ella al Rey de Cerdeña, Víctor Manuel II, proclamado en 1860, con dominio efectivo sobre toda la península en 1866 con exención solamente de Roma, “capital del catolicismo”, sobre la cual el entronizado rey había ofrecido respetar el dominio temporal del Papa, situación que solo fue efectiva hasta el 20 de septiembre de 1870. Por la “Ley de Garantías”, para que el Papa no estuviera bajo el dominio del gobierno italiano, en mayo de 1871 se declaró libre de esa soberanía el Palacio Vaticano, el de Letrán y la Villa de Gastengandolfo, pero el Papa no aceptó, oficialmente, esa determinación, y se declaró “prisionero” en el Vaticano, postura que tomaron, también, sus tres inmediatos Sucesores.
Con Pio XI (1922-1939) se logró el Tratado de Letrán, el 10-02-29, con el Duce fascista Benito Mussolini, Primer Ministro de Italia, quien desde el inicio de su gobierno (28-10-22), quiso lograr acuerdo con el Papa. En ese Tratado, que ha seguido siendo respetado hasta nuestro días (2018), se vino aceptar, prácticamente, lo establecido en la “Ley de Garantías”, con reconocimiento de plena autonomía al Papa y del Estado Vaticano, con otros lugares que se declararon bajo su dominio. Quedó así puerta abierta para que los Papas salieran de Roma, cuando lo creyeran conveniente, iniciándose nueva época propicia para viajes papales.
En medio de las sesiones del Concilio Vaticano II (1962- 1965), el Papa, Beato Paulo VI, culminador de ese magno evento convocado S. Juan XXIII, realizó su primero e histórico viaje al exterior, a Tierra Santa (01-64), seguido de otros 8 en los que visitó 16 naciones de los cinco Continentes entre ellas Colombia (1968). A todos los lugares va este Papa, y sus Sucesores, no a recibir aplausos ni aclamaciones, sino a multiplicar sus presencias, cumpliendo el envío de Jesús de ir a todo el mundo (Marc. 16,15). Al lado de grandes encíclicas como Populorum Progressio y Humanae Vitae, hizo memorable presencia en la ONU (1965), con impactante y preciosa oración sobre la Sagrada Familia en Nazaret (1964), entrevista histórica con el Patriarca Ortodoxo Atenágoras, (1967), y dolida memoria de los 20 mártires africanos (1969).
Elegido Papa S. Juan Pablo II (16-10-78), a pocos días de elegido emprende viaje a México, Puebla, a inaugurar la III Conferencia Episcopal Latinoamericana (28-01-79), con el que inicia la serie de 104 viajes, en los que visitó 129 países, a pesar de su menguada salud por los impactos de bala recibidos en el atentado contra su vida el 13-05-81, que le exigió larga recuperación. Realiza todos esos recorridos al lado de su rico y profundo magisterio, en Encíclicas y en Instrucciones Postsinodales. Prudentes y premonitorias enseñanzas dejó en todos los lugares, siendo uno de ellos, también, Colombia (1986), con romería a Chiquinquirá y conmovedora oración en Armero por las víctimas de la avalancha 1985. (Continuará).
*Obispo Emérito de Garzón
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