¿Sabremos escuchar? ¿Encontraremos la sensatez para entender qué es lo que gritan tantos jóvenes? Algo nos están diciendo y tiene que ser muy importante desde que hayan arriesgado sus vidas para decirlo. Su grito habla del presente y de un futuro que no encuentra eco en el silencio de los que se niegan a escuchar. Su grito adolorido duele y retumba en el corazón de un país.
Hemos recorrido tantas veces este mismo camino que ya deberíamos haber aprendido algo. Qué la violencia no conduce a un mejor lugar, venga de donde venga. Que los muertos y los heridos siempre terminan siendo los más vulnerables, estén del lado que estén. Qué la sangre y la destrucción solo conviene a quienes quieren desvirtuar los reclamos y que muchos son idiotas útiles a ese propósito rastrero. Qué los discursos de odio matan y que la muerte termina extendiéndose indiscriminadamente en medio del caos. Que hablar, escuchar, conciliar y reconciliar, es mejor que insultar, romper, golpear y disparar.
Más allá de la confusión de la violencia están los reclamos de los jóvenes, hombres y mujeres. Ojalá seamos capaces de escucharlos entre tanto barullo, porque cuando cesen los disparos, se disipe la bruma de los gases, se asiente el polvo de las piedras y terminen de enterrar a los muertos; solo quedarán ellos y, de nuevo, estarán solos.
No piden nada extraordinario. Que no los maten, que se garanticen sus derechos, que no los utilicen para la guerra, que los escuchen, que puedan estudiar y, los que estudian, que puedan trabajar. Qué puedan expresarse en libertad, sin ser juzgados ni señalados en ningún sentido; y que tengan la oportunidad de imaginar el futuro. Que los dejen ser.
Lo que piden a gritos los jóvenes está consagrado en el preámbulo de la Constitución Política y se llama democracia. Que Colombia sea, de verdad, un Estado Social de Derecho, participativo y pluralista; fundado en el respeto de la dignidad humana, en el trabajo, la solidaridad y la prevalencia del interés general. No es necesario inventarse cosas extraordinarias para responder a sus demandas, hay que escuchar y acudir a los mecanismos jurídicos e institucionales que, por muy imperfectos que parezcan, siguen siendo mil veces más efectivos que las vías de hecho.
Por el camino de la fuerza nunca vamos a llegar, ni nos vamos a encontrar; lo hemos probado mil veces y mil veces hemos fracasado. En cambio, cada paso en esa dirección le resta confianza y legitimidad a las instituciones, patrimonio sagrado del Estado de derecho. El uso de la fuerza no debilita a los manifestantes, debilita los valores democráticos; y cuando eso pasa, perdemos todos. Solo es posible construir democracia por vías democráticas, lo demás conduce a un lugar oscuro en el que nadie quiere estar.
Hay que dejar de disparar para poder escuchar. Reconocer a los jóvenes, en todo el sentido de la palabra, y aguzar el oído porque algo nos están diciendo; probablemente lo que piden es lo mismo que deseamos todos.
@tatianaduplat