Si Maduro hubiese querido, el mismo 5 de diciembre habría invadido el Esequibo.
De hecho, él habría podido apelar a la sorpresa, que es la metodología favorita de varios actores irruptores en diversos escenarios globales.
La empleó Rusia para avanzar sobre Ucrania el año pasado y para impulsar hace poco varios golpes de Estado en África Central.
Y fue también la que siguió Hamás, aupado por Irán, al golpear a Israel el 7 de octubre.
Adicionalmente, las fuerzas militares de Guyana son tan insignificantes, que no le habrían puesto mayores obstáculos; el área está escasamente poblada y los estimulantes recursos en juego son de un alto valor estratégico.
Entonces, si no les dio la orden de avanzar a sus tropas es porque sabe que la respuesta ante su osadía podría ser muy dolorosa.
O sea, está claro que los aliados occidentales han fracasado aparatosamente en el manejo de la disuasión, pero al menos en la reacción frente a las agresiones, han sido consistentes y contundentes.
Por ejemplo, la ayuda a Ucrania ha sido prolija y, aunque tardía, como ya se dijo, ha logrado refrenar a los rusos y mantener la situación en una especie de estancamiento estructural.
Asimismo, la ayuda a Israel no solo ha fluido en abundancia, sino que Washington ha movilizado portaviones y fuerzas especiales hacia el Levante en caso de que Teherán promueva una especie de ataque simultáneo por parte de su “Eje de la Resistencia” contra el suelo israelí.
Es por eso que Maduro prefirió, más bien, desarrollar un método al que llamaremos ‘estrategia inversa’.
Estrategia inversa a la de Rusia que, como su principal aliado global, influye de manera sistemática en cada una de las decisiones que adopta el Palacio de Miraflores.
Mientras el primer paso de Rusia fue propinar un golpe violento para luego anexarse el Donbás y, finalmente, explotarlo socioeconómicamente, el régimen venezolano resolvió alterar el orden de los factores.
Pero, como lo enseña la aritmética, lo importante es que, a pesar de alterar ese orden, él está logrando el mismo resultado favorable.
Y lo ha conseguido porque ya se ha iniciado un proceso de diálogo y negociación entre Caracas y Georgetown en el que, a partir de su posición amenazante (no igualitaria), Maduro podría hacerse a buena parte del Esequibo, en vez de mantener el territorio en un limbo indefinido.
Que es, al fin y al cabo, el encanto de su habilidosa maniobra consistente no solo en anunciar el otorgamiento de licencias para la explotación de recursos, o en designar al general Rodríguez Cabello como referente militar en el área.
Consistió, también, en oficializar un nuevo mapa de Venezuela que será difundido en las escuelas, universidades y embajadas.
Un mapa que, como instrumento de la simbología del poder, expresa sin ambages que el Esequibo … ya haría parte de la integridad territorial venezolana.